Eso de descubrir que eres adoptada o que tus padres no querían tenerte es aún más terrorífico de lo que había imaginado. De repente, sentí que se habían llevado todo el oxígeno del aire, la respiración se me entrecortó y se me hizo un nudo en la garganta. Noté el sabor salado de una lágrima que acababa de desembocar en mi boca. Corrí a mi cuarto y me tumbé en la cama. Ya lo sé. Estaba precipitándome, pero no podía evitar sentir miedo. Pánico.
A la mañana siguiente, al despertar, todo mal pensamiento se había borrado de mi mente. ¿Qué razón absurda me haría dudar del amor que me tienen mis padres?...Mi madre no podía llorar porque se arrepintiera de haberme traído al mundo, me sentía ridícula por el estúpido numerito que había montado solo hacía unas horas. No, algo terrible ocurrió en mi familia el año que yo nací. Y algún día lo descubriré.
Al llegar a casa después de un monótono día de instituto, me sorprendió bastante encontrar un mensaje de Alex en el buzón de voz.
-Albita, ¿qué tal? Siento no haber podido llamarte antes. Imagino que has estado muy preocupada- notaba cierto tono de nerviosismo en su voz- Bueno, ya te contaré de que va el rollo este, tú estate tranquila, que a mi me va bien. Vuelvo en unos meses, ¿va? Sé que es mucho tiempo, pero créeme si te digo que no me queda otro remedio. Cuídate, enana.
Volvería a estar con él. Con Alex. Con mi mejor amigo. Con el chico que siempre me ha ayudado en todo, al que siempre puedo contarle mis miedos...
De repente, me di cuenta de lo mucho que lo echaba de menos. ¿Unos meses? Eso es una eternidad...
Cuando bajé a comer, no me sorprendió encontrar a mi madre tan alegre como era habitual en ella, aunque yo soy la primera que se que tal entusiasmo puede ser fingido. Al igual que ella, sé actuar demasiado bien. Aunque el otro día le falló el método...
-¡Hola, cariño! Hoy tenemos sopa de verduras- dijo poniendo un plato lleno sobre la mesa- para que no te quedes con hambre, he hecho ensaladilla rusa, que sé que te encanta.- exclamó levantando la tapadera del cuenco en el que se encontraba la ensaladilla- Tacháaaaan!- sonreí. Sí, realmente sería una buena actriz.- ¡Ah! Lo olvidaba, ayer llamó Alex. Me dijo que te dejaría un mensaje de voz. ¿Lo has oído?
-Sí, si. Lo acabo de oír.- contesté.
-Genial. ¿Está bien? Hace tiempo que no lo veo por aquí, eso es raro. ¿Os habéis peleado?- preguntó a sabiendas de que eso era muy poco probable.
-Claro que no, mamá. Ha salido de la ciudad un tiempo, eso es todo.
Sonrió y con eso nuestra conversación concluyó. De vez en cuando la miraba de reojo para ver si descubría algún atisbo de malestar o algún gesto que se saliera de lo común, pero nada pasó. ¿Qué demonios pasa en esta familia? Esto es de locos...
El transcurso de los días no trajo ningún acontecimiento. Mis padres seguían como siempre y Alex no se había dignado a mandarme otro simple mensaje. En cuanto a Raúl, lo veía de vez en cuando en el instituto pero solo se limitaba a sonreírme y a seguir a lo suyo. Quizás me había hecho mal a la idea de la relación que iba a mantener con el chico cuando lo conocí...
El día de hoy prometía ser aburrido y triste. La lluvia impactaba contra mi ventana produciendo un fuerte sonido que me quitaba las pocas ganas que podía tener de levantarme de la cama. Los truenos se repetían continuamente y cada uno parecía ser más atronador que el anterior. No sé a ciencia cierta que es lo que me dio fuerzas para levantarme, pero finalmente lo hice.
Cuando salí a la calle, nada más pasar la pequeña verja de mi casa, una ráfaga de aire, agua, y tierra, me envolvió de arriba abajo. A pesar de llevar un chubasquero, que debido al tamaño se podría pensar que es de mi padre, me calé enterita. Aún no había terminado de abrochármelo cuando salí. Muy inteligente por mi parte.
Así, con el pelo hecho una maraña mojada, la cara empapada, la ropa chorreando y el paraguas del revés y hecho un desastre, llegué al instituto.
Debía de tener un aspecto de lo más gracioso porque cuando Ana me vio llegar le dio un ataque de risa que no pude ni más ni menos que devolver. Claro está, me reía por no llorar, seguro que hoy no me escapaba de un buen resfriado.
Mientras mi profesor de matemáticas, un hombre alto, bastante guapo y joven, explicaba a la clase Trigonometría, yo miraba por la ventana. Hace unos días, nada podría haberme distraído de esa clase, pero ahora no parecía ser así. Mientras veía la lluvia caer, y oía los truenos retumbar fuertemente contra los cristales, mi mente estaba en todos lados. Pensaba en Alex, en dónde podrá estar, en lo mucho que necesitaba que estuviera aquí. En Laura, en que últimamente no soñaba con ella, en que quizás todo esto hubiera acabado aquí, que quizás solo haya sido producto de mi ilimitada imaginación...También pensaba en Raúl, en ese chico que me había intrigado y que deseaba conocer con todas mis ganas. Mientras pensaba y miraba la imagen que había al otro lado del cristal, - el oscuro color de las nubes que encapotaba el cielo, la forma violenta con la que los árboles se tambaleaban, las hojas revoloteando en todas direcciones- tuve una sensación extraña. No supe lo que era realmente hasta que el cielo, durante un largo segundo, se llenó de luz y rugió como nunca antes lo había oído. Era un Dèjá vu.
Y allí estaba Laura.
Me miraba desde el patio. Extrañamente, estaba completamente seca, aunque fuera llovía. Una leve sonrisa levantaba la comisura derecha de su boca, y tenía las cejas sutilmente alzadas. Una expresión compasiva, diría yo. Y a pesar de ello, su mirada era tierna. No lo pensé ni un segundo, no quería que se fuera. No quería que volviera a desaparecer...Abrí la ventana desplazándola hacia la derecha, y la llamé.
-¡Eh!- grité tan alto como pude para que pudiera oírme por encima del ruido de la lluvia- ¡Laura!
Notaba como las gotas de agua chocaban contra mi cara, e incluso llegué a saborear alguna de ellas, pero no me importaba. Si no la llamaba, se iría.
Ella intentaba decirme algo, pero no conseguía leerle los labios, estaba demasiado lejos, y a diferencia de mí, no se esforzaba en alzar la voz.
-¡Joder, Alba!
Abrí los ojos. Al principio no conseguí ver nada, pero poco a poco logré distinguir un color familiar. Gris. Volví a cerrarlos. Noté como una mano me agarraba firmemente un brazo, y otra me sostenía la cabeza. Los abrí de nuevo, y allí estaban otra vez sus ojos. Yo volví a cerrar los míos. Si esto era un sueño, nunca querría despertar.
-¡Vamos, Alba! Di algo- me rogaba su voz.
Me concentré y logré encontrar la palabra adecuada.
-Raúl...
-¿Qué?
Como si acabara de llegar al final de una pesadilla, abrí los ojos de repente, y vi a mi querido profesor de matemáticas con el ceño fruncido y la boca abierta de par en par.
Me incorporé de repente, deshaciéndome de sus brazos e intentando encontrar las palabras adecuadas para excusar la escena que acababa de presenciar toda mi clase.
-Eh...
-¿Me puedes explicar qué acaba de pasar?- preguntó atónito.
No digas eso Alba, no será creíble...
-Ni yo lo se- Genial, lo dije.
-Bien, te lo diré, señorita. Te has golpeado la cabeza con el pupitre e inmediatamente después has abierto la ventana de par en par, ¡con la que está cayendo!, has empezado a gritar como una loca a quién sabe qué y después te has desplomado.
Agaché la cabeza, más que avergonzada del ridículo numerito que acaba de montar.
-Lo siento muchísimo. No ha sido a propósito, no se que me ha pasado.
-Vamos, vete a casa. Necesitas descansar- me sonrió, sin estar seguro de estar haciendo lo correcto.
-Muchas gracias, Javier.- le contesté mientras cogía mi mochila y me la colocaba a la espalda.
-Ah, genial. Creí que habías olvidado mi nombre.
Ana se me acercó con una sonrisa de par en par y me dijo al oído:
-Raúuuul.
-¿Eh?- me sonroje. Había confundido los ojos negros del de mates con los incomparables ojos del chico. No tenía perdón.
-No sabía que te hubieras enamorado de él, Albi...
-¡Pero, ¿qué dices?!- dije en un susurró bastante alto.
-Vale de eso no puedo estar segura, pero lo que si sé con certeza es que él te está esperando abajo.
La miré confundida y con la intención de que explicara que quería decir, y esta, me respondió con un movimiento de cabeza señalando la ventana. Me asomé un poco y lo vi. Allí estaba él. Con un paraguas cubriéndolo y otro de color amarillo en la otra mano. Mi paraguas, en pésimas condiciones. El corazón me empezó a latir más deprisa, y rápidamente y disimulando mi entusiasmo, me despedí agradeciendo a mis compañeros los deseos de mejora y salí de la clase.
Mientras me acercaba a él, con el gorro puesto y la cabeza agachada para evitar mojarme más de lo que ya estaba, Raúl me sonreía. Cuando estaba lo suficientemente cerca de él, vacile entre meterme bajo el mismo paraguas o pedirle el mío, aunque esto iba a sonar estúpido ya que al pobre paraguas parecía que lo hubiera atravesado un rayo. Finalmente decidí colocarme junto a él. Me miró durante lo que pareció ser una eternidad y me preguntó dulcemente:
-¿Estás bien?
-Eso creo- contesté.
-Te he oído gritar desde las columnas, mientras hacía deporte. Me he asustado bastante, la verdad.
-Perdona, aunque creo que yo estoy más asustada.
-¿Te acerco a tu casa, vale? Solo quedan veinte minutos para que acabe la última clase, y yo ya he terminado el test de resistencia, puedo acompañarte.
-Está bien, pero solo porque no tengo paraguas- contesté riendo.
-Eh, si tienes.- me dijo levantando el mío- y está en perfecto estado.
Sonreímos mientras nos poníamos camino a mi casa.
Cualquiera diría que no estaba lloviendo si nos viera caminar tranquilamente, bajo el paraguas, como si se tratara de un parasol. Pero así estábamos, no sabía el motivo de su calma, pero yo sí sabía el mío. Prefería mojarme a llegar rápido a casa, porque una vez allí, tendría que alejarme de él. Idea que me resultaba de lo más insoportable.
-Y bien, Alba. ¿Qué es lo que te pasa?- me preguntó serio.
-No lo sé...-respondí sinceramente- no tengo la más mínima idea.
Raúl me miró confuso. ¿Estaba realmente preocupado por mí?
-No entiendo cómo...-empezó a decir.
-Yo tampoco- lo interrumpí- estoy perfectamente y de repente me quedo dormida, sueño con una niña llamada Laura que no he visto en mi vida, y cuando despierto tengo la sensación de conocerla. Me estoy volviendo loca.
Raúl continuó andando aún más serio. Realmente estaba preocupado por mí. Qué tierno...
No pude evitar dejar escapar una pequeña sonrisa que se enorgullecía de ello. Pero igual de rápido que salió, desapareció cuando vi la verja de mi casa a tan solo dos metros de nosotros.
Con cuidado y sin ningunas ganas me quité la mochila para sacar la llave del bolsillo pequeño de esta. Me llevé una sorpresa cuando descubrí que no estaba allí, la había olvidado esta mañana en casa, genial.
-¿No la encuentras?- me preguntó él.
-No. Creo que la dejé en casa esta mañana.- contesté algo avergonzada- Fantástico.
-¿Y tus padres no están?
-No, trabajan hasta las cuatro.
Era evidente lo que iba a pasar ahora. Y, para dar el toque final a la idea que Raúl estaba a punto de sugerir, un puntual estornudo me hizo estremecer de pies a cabeza.
-Vamos a mi casa- dijo cediéndome un pañuelo y apartándome el pelo mojado que me tapaba parte de la cara. -No puedes estar una hora aquí esperando en estas condiciones.