Volvía a llevar ese camisón y a ser más mayor. Me miraba con una expresión que yo no entendía, en sus ojos se reflejaba una tristeza abrumadora.
-Por favor, no tengas miedo...- susurró.
Pude ver que se encontraba en un cuarto de baño: le estaba hablando a su propio reflejo. Laura cerró los ojos lentamente y yo dejé de verla. Ahora solo había oscuridad. Una respiración profunda. Y otra vez abrió los ojos y la pude ver de nuevo.
-Sé que es difícil, pero no tengas miedo, tienes que ser valiente – Volvió a cerrar los ojos y dijo de manera casi imperceptible- Yo se como te sientes...
Desperté.
Me esperaba un domingo de preguntas que nadie podía contestar...Genial.
Bajé y me senté a la mesa, tenía un hambre terrible.
-Alba, anoche hablabas sola- dijo mi padre a carcajadas- te pillé en el cuarto de baño hablando con el espejo...
-¿Qué?- se me paró el corazón.
-Cielo, no pasa nada, yo también soy sonámbula, creía que no lo habías heredado, porque nunca te había pasado. Parece ser que no has tenido tanta suerte.- Sonrió.- En fin, no te preocupes, es algo natural- mi madre miró a mi padre y concluyó- Tenemos que poner un pestillo en su cuarto, nunca se sabe lo que puede hacer una sonámbula.
Ya estaba echa un lío y solo eran las diez y media de la mañana, pero aún no había venido la mejor parte de este estupendo día...
-Mamá, voy a salir a tomar el aire.- La puerta se cerró detrás de mi.
El cielo estaba cubierto de nubes, pero el sol asomaba entre ellas. El cantar de los pájaros me tranquilizó. Últimamente me estoy volviendo loca. ¿Y si todo lo ocurrido hasta ahora a sido un sueño? Ojala nada de esto me vuelva a pasar. Que todo esto acabe aquí, ahora mismo.
Había llegado al parque, vacío. Me senté en un banco alejado de los columpios, incliné mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos. El sol y la suave brisa me acariciaban la cara. Suspiré profundamente.
-Bonito día, ¿verdad?- Di un brinco y abrí los ojos de repente al reconocer esa voz.- Lo siento, no pretendía asustarte...-dijo sentándose a mi lado.- ¿Te importa si me siento aquí?
Lo miré a los ojos. Esos ojos...
-N...no, no hay problema.- Bajé de nuevo la mirada.
-Anoche no me presenté, soy Raúl.- me tendió la mano.
-Perdona, pero, ¿por qué debería presentarme?- le pregunté aturdida.
-Porque quieres hacerlo, ¿o no es así?- preguntó sonriendo. Y qué sonrisa, Dios mío.
-No, lo siento pero no te conozco, no hablo con desconocidos- me levanté del banco.
-Espera- susurró- Por favor, no te vayas...
-¿Y por qué debería hacerte caso?
-Porque sé que estás confundida. O al menos, ya mismo lo estarás...
Casi me caigo al suelo de la impresión. ¿Qué sabe que?
-¿Co...?- tranquilízate Alba. Es casualidad- ¿Cómo?
-Solo dime una cosa, por favor. Si no es verdad me voy y te prometo que nunca más tendrás que volver a verme.
-¿Y si es verdad, qué?- pregunté.
-Entonces, tu decidirás si quieres volver a verme o no. Haré lo que tú me digas.
Ahora sí me empezaron a temblar las rodillas.
-Pregúntame...
-Te llamas...Alba. ¿Verdad?
Entonces me senté en el banco, iba a caerme al suelo si seguía de pie.
-¿Y tú como sabes eso?- intente aparentar tranquilidad.
-Bah, este barrio no es muy grande, me he informado...Es que voy a ir a tu instituto muy pronto y quería conocer a alguien antes.
-¿Y por qué soy yo la afortunada?- pregunté con un tono sarcástico que ni yo capté en la entonación de mi voz.
-¿Acaso te disgusta serlo?- dijo sonriendo.
Entonces me vi allí, sentada en un banco junto a un chico increíble que estaba sonriéndome...
-Emm, pues...n...no, no. – Mierda. ¿Dónde está mi cerebro cuando lo necesito? Creerá que soy una pava que tartamudea cuando alguien como él la mira...
-Genial- alargó de nuevo la mano hacia mí- Soy Raúl.
Esta vez le di la mía.
-Yo Alba, aunque ya lo sabías...-sonreí tímidamente.
Me perdí en su miraba durante un momento. Esos ojos de un gris plateado miraban los míos, casi los examinaban, después sus ojos bajaron hasta posarse en mi boca, que dibujaba una pequeña sonrisa, y yo, de manera totalmente inconsciente miré la suya. Entonces el volvió a sonreír. Miré nuestras manos, que aún seguían aferradas en el aire, y volví a La Tierra.
Mi reacción fue tan brusca que me levanté del banco casi sin notarlo, respirando de nuevo, ya que creo que había dejado de hacerlo en ese corto pero intenso momento...
-Tengo que irme- Le hice un gesto con la mano, agregué un simple “nos vemos” y me fui.
Sí, me fui. Miedo. Tenía miedo, pero no sabía a qué exactamente. Me iba porque ya eran suficientes emociones para una mañana de domingo...No. Para qué engañarme. Me iba porque no quería caer en el embrujo de ese perfecto desconocido.
-Psss- No puede ser, pensé. Y me di la vuelta.
-¿Qué quieres?- cuando me di cuenta de que hablaba sola, me volví a girar e hice como si nada hubiera pasado. Alucinaciones mías. Ya sabía yo que esto no me iba a venir bien...
Me encantaría decir que los días que llegaron después fueron algo menos sofocantes, y en teoría lo fueron. Pero en mi cabeza había armado un barullo difícil de resolver sin tener ningún tipo de noticias. Y esto hizo que las siguientes semanas fueran más estresantes aún.
Por otra parte, no tuve noticias de Alex. No volví a soñar con Laura. Y a Raúl no volví a verlo.
Una mañana de martes corriente acababa de empezar. Había dormido bastante mal y al levantarme de la cama la cabeza me dio vueltas. Comencé a toser como una loca. Genial: me he constipado. Este día tiene toda la pinta de ser de esos que pasan a trompicones, y que nunca recuerdas haber vivido.
Cuando me hube vestido, bajé a desayunar. Mi madre no estaba en casa, cosa que me sorprendió, ya que hoy era el día de mi cumpleaños. Lo más triste ha sido haberlo recordado por el calendario que mi padre tiene pegado en el frigorífico. El “24” aparecía rodeado con rojo y unas letras lo acompañaban abajo: ¡Cumpleaños de Albita! Comenzaba a dolerme la cabeza y no entendía porque mis padres aún no habían aparecido en la cocina pegando voces y cantándome la canción que a la que acompañarían dos velas- la del uno y la del siete- hincadas cada una en una magdalena que comería para desayunar.
Me senté y me agarré la cabeza con el codo apoyado en la mesa, sin dejar de toser. Entonces la vi, delante de mí había una nota. La cogí y después de haber tosido cuatro veces seguidas abrí los ojos y me dispuse a leerla.
La letra de mi madre apenas podía entenderse, pero por suerte estaba acostumbrada a ella y no me costó demasiado entender el enigma.
¡Feliz cumpleaños cielo!
Sentimos muchísimo no poder estar ahí, pero a papá y a mí nos ha surgido un asunto de trabajo que no podíamos posponer. Llegaremos a la hora de comer, pero si aún no estamos ahí cuando vuelvas del instituto puedes prepararte unos espaguetis a la carbonara con la nata que hay en la despensa. Tranquila que, cuando volvamos, celebraremos este día tan especial como es debido.
Un beso muy fuerte, cariño.
Papá y Mamá.
Estupendo. Un asunto importante de trabajo. ¿Por qué me cuesta tanto creer esas palabras? Quizás porque mis padres nunca han trabajado juntos. Qué más da. Me duele demasiado la cabeza como para que ahora empiece a hacerme preguntas sin importancia. Tengo que ir al instituto, y rápido. Llego tarde.
Cuando llegué a clase Ana se me tiró encima.
-Cuuuuuuumpleaaaaños feeeeelizz, cumpleaños felizz, te deseeeeeeo Albiiitaa, ¡¡cumpleaños feeeeeeliiiiiiiiiz!!- algunos se habían unido al ensordecedor cantar de mi amiga, y estaban aplaudiendo alegremente mientras me felicitaban ellos también.
-¡Gracias a todos!- respondí con una gran sonrisa en los labios. Me alegraba de tener amigos como ellos.
Abracé a Ana con fuerza.
-Estás loca y cantas fatal, que lo sepas.
-Ya lo sabía, pero por suerte, puedo decir lo mismo de ti.
Las dos nos reímos, abrazadas aún.
-Señoritas Romero y Marín, todos sabemos el afecto que os tenéis la una a la otra, pero no hace falta que nos deleitéis con tanta ternura en clase de Literatura. – La Espárrago nos borró la sonrisa cuando nos sonrió con apatía.- Página 45, capítulo 9. Ahora.
La clase de Literatura nunca se me había hecho tan pesada, y el día transcurrió como cualquier otro, salvo por las felicitaciones de mis compañeros que le daban algo de color a la mañana.
A la salida me encontré con Paula, María, y Michael. Todos me felicitaron con un abrazo y con el deseo de que disfrutara mi día especial. Cosa que no veía muy posible, este día no era muy prometedor.
Me despedí de ellos y me encaminé hacia la salida. Cuando estaba saliendo por el gran portón negro de hierro por el que tantas veces he pasado alguien me habló a mi espalda.
-Alba. - noté como mi mundo se tambaleaba al reconocer esa voz- Feliz cumpleaños.
Me giré y lo vi. Allí estaba él. Mirándome, caminando hacia mí y sonriendo con una cálida sonrisa.
-Gracias- logré decir después de notar que seguía respirando. Me aclaré la garganta y concluí la frase- Raúl.