6 de abril de 2011

Capítulo 8

Cuando llegué a casa, no me sorprendió encontrar a mi madre esperándome en el salón con los brazos cruzados bajo el pecho.
-¿Dónde has estado?- me dijo aparentando tranquilidad.
-Ya te lo he dicho, mamá- dije mientras me soltaba la coleta y me sacudía un poco el pelo- esta mañana olvidé la llave. Por suerte me acompañaba un amigo y...
-¿Qué amigo?- Me interrumpió extrañada. Era evidente que no se trataba de Alex.
-Es nuevo en el instituto, acaba de instalarse en la ciudad. Se llama Raúl.
ZAS.
La cara de mi madre cambió de repente. Su expresión de calma se tornó rápidamente a la de miedo, y de inmediato volvió a estar tranquila. Aparentemente. Pero yo la conocía, realmente me costaba imaginar qué era lo que podría haberla impactado. Qué había conseguido que el control que mi madre tenía sobre sí misma la traicionara. ¿Qué?
No me andaría con rodeos.
-¿Qué pasa?- pregunté casi exigiendo una respuesta.
-Nada, un ligero dolor de cabeza- contestó mientras se dirigía a su habitación- voy a echarme un rato, ¿vale? ¡Haz los deberes!- dijo antes de cerrar la puerta y dejarme sola con el ceño fruncido preguntándome qué narices le pasa últimamente.
Estudiar durante cuatro horas seguidas no debía de ser sano, por lo que, a las ocho en punto, cerré los libros y suspiré aliviada. Estaba harta de Historia y cualquier cosa podría entretenerme ahora que había dejado las obligaciones al margen. Bajé a la cocina a ver si había algo para picar, me había entrado un hambre voraz y mi barriga rugía pidiéndome comida inmediata.
Sobre la mesa de la cocina encontré otra nota. Ya estaba empezando a acostumbrarme a esta forma absurda de comunicarse conmigo...

No quería molestarte, Alba, por eso no te he avisado directamente. Me he ido a por papá. Esta noche cenaremos fuera, ¿está bien? No llegaremos demasiado tarde. ¡Estudia mucho!
Besitos. Mamá.

Me encantaba tener la casa a mi absoluta disposición para cenar. Era agradable poder estar sola de vez en cuando. Yo conmigo misma, y nadie más. Me senté en el salón con un buen bocadillo de jamón serrano y encendí la tele. Estaban echando una de mis películas favoritas: “Orgullo y prejuicio”. Adoraba la historia, el libro lo había leído centenares de veces y los actores de la película eran fantásticos. Me acomodé en el sofá y cuando me hube acabado el bocadillo me tumbé.
Lizzy acababa de meterse en la cama con su largo camisón blanco de algodón, y se tapó hasta la cabeza con la fina sábana. Su hermana Jane estaba a su lado, y las dos comentaban y reían sobre cosas que habían acontecido esa misma noche en un baile al que habían asistido ambas.
-Solo un amor profundo podría impulsarme al matrimonio- le decía Lizzy a su hermana mayor- acabaré siendo una solterona.
Me acomodé aún más en el sofá. Me encantaba el personaje de Lizzy, tenía su misma forma de pensar y me sentía identificada con ella.
-¿El señor Darcy?- continuaba diciéndole a su hermana mayor- ¿sabes? Podría perdonar su vanidad si no hubiera herido la mía- Rió Lizzy- pero es igual, dudo que vuelva a hablar con él.
Rieron juntas bajo las sábanas, ilusionadas y felices.
Entonces, Lizzy se levantó de un salto de la cama y su expresión cambió radicalmente.
-Jane, debo decírtelo- susurró.
-¿Decirme qué?- preguntó ella con dulzura, incorporándose también.
La cara de Lizzy mostraba confusión, frustración y pánico.
-¡Vamos, Lizzy!, ¿qué ocurre?- se impacientó su hermana.
-Está bien...- cogió aire, y lo soltó de sopetón: estoy embarazada.
Jane se convirtió en una mancha borrosa que se llevaba las manos a la cara y Lizzy...Elisabeth Bennet dejó de ser Lizzy para convertirse en Laura. Una Laura joven pero madura. Una Laura insegura.
Reconocí el camisón que llevaba Lizzy como el que casi siempre le veía a ella. Entonces empezó a llorar.
La chica que la acompañaba la abrazó.
-No llores. No es algo para llorar, seguro que todos se alegran por ti.
-¿Crees que yo habría querido esto antes?, ¿crees que para mí esto es felicidad?- dijo ella entre sollozos.
-¿Por qué lo has hecho? No sabía que había alguien con el que...
-¡No!- la interrumpió.- Por favor no me malinterpretes.
-¡Laura!- la voz de su hermana se me hizo familiar- Vamos, explícame que ocurre.
-No puedo- dijo entre lágrimas- De verdad. ¡No puedo!- gritó.
Laura gritó furiosa, asustada e impotente. Gritó tan fuerte que hizo que a su hermana se le erizaran los bellos. Tan alto que ella misma se hizo daño en los oídos. Tan penetrante fue el chillido que traspasó cada una de las paredes de la casa y despertó a todos.

Me encontré respirando profunda y rápidamente, aunque me costaba demasiado hacerlo. Estaba sudando. Oí el eco de un grito que había hecho retumbar las paredes de mi casa y logré reconocer mi voz en él.
Mientras yo salía lentamente de la confusión, Lizzy seguía en pantalla, riendo con su buena amiga Charlotte. Darcy se le acercó de repente y le pidió bailar, y esta, a pesar de haberse jurado a sí misma que no volvería a ser cortés con  ese hombre en toda su vida, aceptó.
No podía creer como había soñado con Elisabeth Bennet diciendo palabras tales como “estoy embarazada”. Era una locura absurda. Y, Laura. Qué pintaría ella en todo esto. ¿Por qué habría soñado tal demencia?
Sin salir de mi ensimismamiento estuve durante varios minutos, pensando si realmente era posible que la Laura de mis sueños estuviese embarazada, hasta que sonó un móvil.
Aquel tono tan cutre que provenía de la cocina en la vida podría haber sido mío: mi madre lo había olvidado en casa. Sin duda yo había salido a ella y a su mente atolondrada y descuidada.
Me levanté rápidamente sin ponerme las zapatillas, ya que mi padre no se encontraba allí para verme descalza ni para echarme una de sus típicas regañinas, y me dirigí hacia el móvil.
Solo cuando llegué a la cocina me di cuenta de que no sonaba allí, sino en el cuarto de mis padres. Corrí lo más rápido que pude pero ya se encontraba demasiado lejos y dejó de sonar justo cuando mi mano lo tocó.
El número, que mi madre no tenía guardado, aparecía en el registro de llamadas perdidas unas diez veces. Era el número de un teléfono móvil. No le devolví la llamada porque quizá mi madre prefiriera contestar ella. Algo extrañada dejé el aparato en la mesita y me dispuse a salir de la habitación, pero de nuevo sonó esa horrible canción que me obligó a descolgarlo por dejar de oírla.
-¿Diga?- dije esperando la respuesta de cualquier persona.
Silencio. Una ligera respiración al otro lado de la línea. O podría ser que me la hubiera imaginado.
 -¿Oiga?- insistí para darle otra oportunidad a quien quiera que estuviera llamando a mi madre.
Y colgaron.
Me dejaron con el ceño fruncido y el móvil pegado a la oreja durante casi medio minuto. Tenía una sensación extraña que me impedía pensar con claridad. Diez veces. Diez veces la habían llamado antes para ahora colgar, así de repente. Se habrán equivocado. Y después de haberme convencido a mí misma, volví al salón.
Lizzy seguía en pantalla, esta vez se encontraba fuera de casa, a las orillas de un arroyo, y discutía con su madre.
-¡Dile que insistes en que se case!- le decía La Señora Bennet a su marido.
-Mamá, por favor- contestó su hija pidiendo racionalidad.
-¡Tendrás esta casa!- seguía gritando esta.
-No puedo casarme con él- Lizzy estaba casi suplicando.
-¡Y salvarás a tus hermanas del desahucio!- continuaba.
-No puedo.
-¡Vuelve y dile que has cambiado de idea!- su madre seguía sin razonar, sin ponerse en la situación de su hija.
Cuando escuchó un “no” por parte de Lizzy gritó aún con más fuerza.
-¡Piensa en tu familia!
-¡No puedes obligarme!- contestó su hija con el propósito de ponerle fin a la conversación.
Entonces, la Señora Bennet miró de nuevo a su marido.
-Vamos, Señor Bennet. ¡Di algo!
EL padre de Lizzy vaciló un momento, preguntándose qué podría hacer él para solucionar tal desbarajuste.
-Hija, tu madre insiste en que te cases con el Señor Collins...
-¡Sí! Y si no acepta, que se quite de mi vista- le interrumpió esta.
-A partir de hoy, serás una extraña para uno de tus padres...-continuó él.
La cara de Lizzy mostraba el gran tornado de emociones y sentimientos que la estaban invadiendo. Comenzaron a humedecerse sus ojos y su respiración a entrecortarse.
-Tu madre no querrá volver a verte si no te casas con el Señor Collins- paró durante un momento, pero al final se decidió por terminar la frase- y yo no querré volver a verte si lo haces.
El alivio que sintió Lizzy cuando oyó las últimas palabras de su padre fue enorme. Se acercó a él y lo abrazó, en señal de agradecimiento.
Era una bonita estampa la que hacían padre e hija demostrando sus afectos...
De repente, la expresión de Lizzy cambió. Pasó a ser de tremenda alegría al mayor de los sufrimientos. Conocía esa expresión, la había visto antes.
Laura.
Una Laura asustada y pequeña.
Lizzy volvió a ser Laura, que lloraba como si hubiera llegado el fin del mundo, aferrada a un hombre al que no reconocía pero que también había dejado de ser el Señor Bennet.
Este hombre se soltó bruscamente de ella. Y deshizo el afectuoso abrazo que poco antes se había apreciado.
-No- dijo él- deja de llorar -No es para llorar.
-Sí que lo es- susurró Laura con la intención de que el hombre no lo escuchara.
-Laura, me voy a ir- decía este lejos de tener cuidado de elegir las palabras y las formas que debía emplear- Y no voy a volver.
Laura estaba cada vez más calmada. Aunque lloraba, estaba esforzándose por parecer fuerte, por no parecer una niña blandengue y sentimental.
-Está bien- logró decir.
Lo miró de nuevo, se dio la vuelta y concluyó alejándose con un adiós que poco después se repetiría en su mente una y otra vez.
Fue entonces, cuando vi la cara inexpresiva del hombre observándola marchar, cuando me di cuenta de que lo había visto antes.
Su pelo, muy negro, ligeramente compuesto por algunas canas, no era demasiado corto. Su fuerte mentón era poco confundible y a pesar de que sus cejas eran gruesas y oscuras no ocultaban el precioso color de sus ojos.
Entonces lo supe. Lo había visto en una foto.
Era Roberto, el abuelo de Raúl. 

14 de marzo de 2011

Capítulo 7

La casa de Raúl me sorprendió bastante. No es que, porque fuera un chico, imaginara una casa desordenada y desastrosa, estoy segura de que me hubiera impresionado del mismo modo aún sin saber a quien pertenecía.
No era demasiado grande ni demasiado espaciosa, pero sí agradable y acogedora. Los muebles eran sencillos y había estantes por todos lados repletos de libros. El sofá, negro y con los cojines blancos, parecía tremendamente cómodo.
El chico, al ver que en ese momento estaba fijándome en él, dijo:
-Vamos, siéntate, no te cortes- hablaba mientras sacudía un poco los paraguas y los dejaba en el paragüero- ¿prefieres entrar antes al baño?, está justo aquí.- dijo señalando una puerta que se encontraba tras nosotros- yo voy a cambiarme, enseguida vuelvo.
Cuando me hube quedado sola en la sala de estar, comencé a mirar a todos lados descaradamente. Si Raúl me hubiera visto, habría pensado que estaba intentado encontrar algo. No había nada que no estuviera en su lugar, todo estaba en orden. Los libros estaban ordenados por autores en los estantes, las películas por año, los CDs de música, quizás ordenados según sus gustos, marcos de fotos en las que aparecían personas que no reconocía...Realmente era una casa preciosa, cuando sea mayor querré tener una así.
Entré en el cuarto de baño y esta vez no me sorprendió el maravilloso olor que se respiraba allí dentro. Cuando me miré al espejo, no pude evitar soltar un pequeño grito al descubrir lo enmarañado y desordenado que tenía el pelo. Me lo peiné como pude con los dedos y cogí una gomilla verde que tenía en la muñeca izquierda, para emergencias como esta. Rápidamente, me hice una trenza, para evitar que se enredara más de lo que estaba y la deje caer por mi hombro derecho. Lista.
Salí al salón y encontré a Raúl encendiendo el calefactor. Se había puesto una sudadera azul marino y estaba descalzo. Sus pies solo los cubrían dos calcetines blancos que tenían pinta de ser bastante calentitos. Le sonreí y fui a sentarme en el sofá, en el que encontré una sudadera gris que recordaba haberle visto puesta el primer día que lo vi, y unos gordos calcetines blancos que debían de ser igual que los suyos. Me quité mi sudadera y me puse la suya sin decirle nada, al igual que hice con los calcetines.
-Te sienta muy bien- dijo asomándose desde la puerta de la cocina- ¿Te apetece una Coca cola?
-Si, gracias- contesté acomodándome en el sofá.
De repente, me percaté de que algo no cuadraba. Estaba segura de haber visto una foto sobre la mesa que tenía justo enfrente, estaba segurísima. Raúl debió aprovechar el poco tiempo que estuve en el baño para quitar la foto del medio, quién sabe quien saldría en ella...Qué extraño.
-Me gusta mucho tu casa- dije para que no sospechara de mi prolongado silencio.
-Gracias, pero todavía no estoy muy agusto, necesita unos cambios- se sentó en el sofá de enfrente mientras me daba la Coca cola.- En fin, ¿estás cómoda?, ¿quieres algo más?
-No, no. Estoy perfectamente, gracias.- dije sonriendo con sinceridad. Lo cierto era que el chico era muy atento y educado,  pero de alguna forma me molestó que desconfiara de mí tan descaradamente. ¿Pensaría que no me había fijado? Le dí un buche a la Coca cola- en fin, hablemos de ti, ¿por qué vives sólo? – No me di cuenta de la falta de delicadeza que mostré al decir esto, hasta que la escuché fuera de mí. La pregunta flotaba en el aire mientras él cavilaba qué responder- Lo siento- solté de repente- eso ha sido muy impertinente. Entiendo si no quieres contármelo.
-No, no. No es eso. Es solo que...-se calló y le dio un sorbo a la coca cola para ganar algo más de tiempo- es complicado.
-Entiendo- fue lo único que logré decir.
-No recuerdo a mis padres- soltó de sopetón- mi madre desapareció cuando yo solo tenía un año, y mi padre...-miró al suelo primero para después mirarme a los ojos con una expresión que me partió en dos- digamos que mi padre no quiso hacerse cargo de mí.
No supe qué contestar. Me quedé así, en blanco, callada y seria.
-Lo siento.- me oí a decir poco después. Pobre Raúl...
-No importa, lo superé hace años- contestó.
-Y, ¿quién te crió?- pregunté insegura.
-Mi abuelo- se levantó, cogió una fotografía de un estante y me la acercó- es él.
En la foto aparecía un niño moreno de unos cinco años que tenía los ojos de un gris perla intenso- Raúl siempre había sido guapísimo- y un hombre de unos sesenta años con el pelo oscuro pero algo canoso y una gran sonrisa en la cara. Parecían ser felices, no dudo que así lo fuera.
-Vivía con él a unos cien kilómetros, en Aldeadávila de La Ribera, hasta que me mudé aquí para acostumbrarme a esta ciudad, siempre he querido estudiar a La Universidad de Salamanca.- lo cual quiere decir que su abuelo sigue vivo, sigue teniendo a alguien. Cosa que me alivia.
-¿Y qué es de tu abuela?- pregunté curiosa.
-Murió poco después de la desaparición de mi madre, según me han dicho. Mi abuelo nunca me ha hablado de ella, no quiere hablar del tema, aunque yo muchas veces le haya insistido.
-Debe ser muy duro vivir con la duda.
-Más duro es vivir sin saber que ha sido de tu madre – miró al suelo para ocultarme su pena. Notaba como le temblaba el labio inferior y tensaba la mandíbula- Más duro es crecer sabiendo que tu padre está por algún lado haciendo su vida sin querer que formes parte de ella.- Apretó la lata con fuerza aún mirando al suelo, y esta se deformó en su mano.- Más duro es saber que la única familia que tienes se irá dentro de poco y que te quedarás sólo...- me miró. Me miró y supe que nunca antes le había hablado de sus sentimientos a nadie. Que nunca antes había tenido el valor de decir lo que siempre había llevado dentro. Que este era su secreto y que acaba de confiar en mí. En mí y nada más que en mí...-es muy duro.
Permanecimos unos minutos así, callados, mirándonos a los ojos. Yo no sabía que hacer, ni que decir para que supiera que contaba con mi apoyo. Para que supiera que podía confiar en mí y que no se había equivocado al contármelo. Esperaba que con esa mirada pudiera comprenderlo. Puede que quisiera que yo también me sincerara con él para demostrar complicidad. Quizás, lo que dije a continuación, lo dije por si acaso era eso lo que quería, quizás también porque necesitaba contarlo.
-Yo nunca conocí a mis abuelos maternos- dije de repente- mi abuela murió poco después de que yo naciera y mi abuelo abandonó a mi madre cuando esta era muy joven- yo también apreté la lata con fuerza- mi madre nunca me habla de él cuando le pregunto si sigue vivo. Siempre me dice que no lo sabe. Y yo, evidentemente, no la creo. No sé que es lo que le preocupa. Pero, algo oculta- Raúl me miraba muy atento, cosa que me animó a continuar- La noche de mi cumpleaños la oí llorar. Mi padre la consolaba y lo único que logré escuchar fue que habían pasado diecisiete años desde entonces, que tenía que superarlo.
-Eso es muy raro- respondió.
-Lo es. Algún día averiguaré a que se refería.
-Eso espero. Y también espero que algún día tengamos noticias de nuestros parientes- concluyó con una sonrisa amarga.
Estaba complacido, veía en sus ojos que sabía que algo había nacido allí, en aquel momento, al contar esas partes desagradables de nuestras vidas. Una amistad verdadera que sería capaz de superarlo todo. Una amistad importante, fuerte.
Cuando mi móvil sonó destrozó aquel instante de paz. El inconfundible tono de llamada que le tenía puesto a mi madre le dio cierto toque cómico al momento. Raúl sonrió.
-¿Si?- respondí.
-¿Dónde te metes, señorita?- mi madre parecía impaciente.
-Estoy...en casa de un amigo. Olvidé las llaves esta mañana- respondí mordiéndome el labio. Espero que no me malinterprete. Mi madre es la criatura más paranoica que existe sobre la faz de La Tierra.
-Te quiero aquí ya. Rápido- no parecía enfadada, pero sí algo tensa.
-Ya voy- colgué- tengo que irme- le dije a Raúl mientras este recogía las latas aplastadas de coca cola y las llevaba a la cocina.
-Te acompaño a casa, necesitas un paraguas- me dijo sonriendo.
-No te lo voy a discutir.

Estaba chispeando y en realidad no necesitaba un paraguas, pero me agradaba estar tan cerca de Raúl y a él tampoco parecía molestarle.
Cuando llegamos a mi casa, cerró el paraguas.
-Nos vemos mañana, ¿no?- me preguntó.
-Sí- dije sonriendo y sin intentar disimular el entusiasmo.
-Bien- sonrió.
Nos despedimos así, con un saludo en las manos, una gran sonrisa en la cara y con la certeza de que nos esperaba mucho que pasar juntos.

6 de marzo de 2011

Capítulo 6

Eso de descubrir que eres adoptada o que tus padres no querían tenerte es aún más terrorífico de lo que había imaginado. De repente, sentí que se habían llevado todo el oxígeno del aire, la respiración se me entrecortó y se me hizo un nudo en la garganta. Noté el sabor salado de una lágrima que acababa de desembocar en mi boca. Corrí a mi cuarto y me tumbé en la cama. Ya lo sé. Estaba precipitándome, pero no podía evitar sentir miedo. Pánico.

A la mañana siguiente, al despertar, todo mal pensamiento se había borrado de mi mente. ¿Qué razón absurda me haría dudar del amor que me tienen mis padres?...Mi madre no podía llorar porque se arrepintiera de haberme traído al mundo, me sentía ridícula por el estúpido numerito que había montado solo hacía unas horas. No, algo terrible ocurrió en mi familia el año que yo nací. Y algún día lo descubriré.
Al llegar a casa después de un monótono día de instituto, me sorprendió bastante encontrar un mensaje de Alex en el buzón de voz.
-Albita, ¿qué tal? Siento no haber podido llamarte antes. Imagino que has estado muy preocupada- notaba cierto tono de nerviosismo en su voz- Bueno, ya te contaré de que va el rollo este, tú estate tranquila, que a mi me va bien. Vuelvo en unos meses, ¿va? Sé que es mucho tiempo, pero créeme si te digo que no me queda otro remedio. Cuídate, enana.
Volvería a estar con él. Con Alex. Con mi mejor amigo. Con el chico que siempre me ha ayudado en todo, al que siempre puedo contarle mis miedos...
De repente, me di cuenta de lo mucho que lo echaba de menos. ¿Unos meses? Eso es una eternidad...

Cuando bajé a comer, no me sorprendió encontrar a mi madre tan alegre como era habitual en ella, aunque yo soy la primera que se que tal entusiasmo puede ser fingido. Al igual que ella, sé actuar demasiado bien. Aunque el otro día le falló el método...
-¡Hola, cariño! Hoy tenemos sopa de verduras- dijo poniendo un plato lleno sobre la mesa- para que no te quedes con hambre, he hecho ensaladilla rusa, que sé que te encanta.- exclamó levantando la tapadera del cuenco en el que se encontraba la ensaladilla- Tacháaaaan!- sonreí. Sí, realmente sería una buena actriz.- ¡Ah! Lo olvidaba, ayer llamó Alex. Me dijo que te dejaría un mensaje de voz. ¿Lo has oído?
-Sí, si. Lo acabo de oír.- contesté.
-Genial. ¿Está bien? Hace tiempo que no lo veo por aquí, eso es raro. ¿Os habéis peleado?- preguntó a sabiendas de que eso era muy poco probable.
-Claro que no, mamá. Ha salido de la ciudad un tiempo, eso es todo.
Sonrió y con eso nuestra conversación concluyó. De vez en cuando la miraba de reojo para ver si descubría algún atisbo de malestar o algún gesto que se saliera de lo común, pero nada pasó. ¿Qué demonios pasa en esta familia? Esto es de locos...

El transcurso de los días no trajo ningún acontecimiento. Mis padres seguían como siempre y Alex no se había dignado a mandarme otro simple mensaje. En cuanto a Raúl, lo veía de vez en cuando en el instituto pero solo se limitaba a sonreírme y a seguir a lo suyo. Quizás me había hecho mal a la idea de la relación que iba a mantener con el chico cuando lo conocí...

El día de hoy prometía ser aburrido y triste. La lluvia impactaba contra mi ventana produciendo un fuerte sonido que me quitaba las pocas ganas que podía tener de levantarme de la cama. Los truenos se repetían continuamente y cada uno parecía ser más atronador que el anterior. No sé a ciencia cierta que es lo que me dio fuerzas para levantarme, pero finalmente lo hice.
Cuando salí a la calle, nada más pasar la pequeña verja de mi casa, una ráfaga de aire, agua, y tierra, me envolvió de arriba abajo. A pesar de llevar un chubasquero, que debido al tamaño se podría pensar que es de mi padre, me calé enterita. Aún no había terminado de abrochármelo cuando salí. Muy inteligente por mi parte.
Así, con el pelo hecho una maraña mojada, la cara empapada, la ropa chorreando y el paraguas del revés y hecho un desastre, llegué al instituto.
Debía de tener un aspecto de lo más gracioso porque cuando Ana me vio llegar le dio un ataque de risa que no pude ni más ni menos que devolver. Claro está, me reía por no llorar, seguro que hoy no me escapaba de un buen resfriado.
La Espárrago, tan simpática como de costumbre, me mandó a esperar al pasillo y no me dejó entrar a clase hasta que estuve medianamente seca.

Mientras mi profesor de matemáticas, un hombre alto, bastante guapo y joven, explicaba a la clase Trigonometría, yo miraba por la ventana. Hace unos días, nada podría haberme distraído de esa clase, pero ahora no parecía ser así. Mientras veía la lluvia caer, y oía los truenos retumbar fuertemente contra los cristales, mi mente estaba en todos lados. Pensaba en Alex, en dónde podrá estar, en lo mucho que necesitaba que estuviera aquí. En Laura, en que últimamente no soñaba con ella, en que quizás todo esto hubiera acabado aquí, que quizás solo haya sido producto de mi ilimitada imaginación...También pensaba en Raúl, en ese chico que me había intrigado y que deseaba conocer con todas mis ganas. Mientras pensaba y miraba la imagen que había al otro lado del cristal, - el oscuro color de las nubes que encapotaba el cielo, la forma violenta con la que los árboles se tambaleaban, las hojas revoloteando en todas direcciones- tuve una sensación extraña. No supe lo que era realmente hasta que el cielo, durante un largo segundo, se llenó de luz y rugió como nunca antes lo había oído. Era un Dèjá vu.

Y allí estaba Laura.
Me miraba desde el patio. Extrañamente, estaba completamente seca, aunque fuera llovía. Una leve sonrisa levantaba la comisura derecha de su boca, y tenía las cejas sutilmente alzadas. Una expresión compasiva, diría yo. Y a pesar de ello, su mirada era tierna. No lo pensé ni un segundo, no quería que se fuera. No quería que volviera a desaparecer...Abrí la ventana desplazándola hacia la derecha, y la llamé.
-¡Eh!- grité tan alto como pude para que pudiera oírme por encima del ruido de la lluvia- ¡Laura!
Notaba como las gotas de agua chocaban contra mi cara, e incluso llegué a saborear alguna de ellas, pero no me importaba. Si no la llamaba, se iría.
Ella intentaba decirme algo, pero no conseguía leerle los labios, estaba demasiado lejos, y a diferencia de mí, no se esforzaba en alzar la voz.
-¡Joder, Alba!

Abrí los ojos. Al principio no conseguí ver nada, pero poco a poco logré distinguir un color familiar. Gris. Volví a cerrarlos. Noté como una mano me agarraba firmemente un brazo, y otra me sostenía la cabeza. Los abrí de nuevo, y allí estaban otra vez sus ojos. Yo volví a cerrar los míos. Si esto era un sueño, nunca querría despertar.
-¡Vamos, Alba! Di algo- me rogaba su voz.
Me concentré y logré encontrar la palabra adecuada.
-Raúl...
-¿Qué?
Como si acabara de llegar al final de una pesadilla, abrí los ojos de repente, y vi a mi querido profesor de matemáticas con el ceño fruncido y la boca abierta de par en par.
Me incorporé de repente, deshaciéndome de sus brazos e intentando encontrar las palabras adecuadas para excusar la escena que acababa de presenciar toda mi clase.
-Eh...
-¿Me puedes explicar qué acaba de pasar?- preguntó atónito.
No digas eso Alba, no será creíble...
-Ni yo lo se- Genial, lo dije.
-Bien, te lo diré, señorita. Te has golpeado la cabeza con el pupitre e inmediatamente después has abierto la ventana de par en par, ¡con la que está cayendo!, has empezado a gritar como una loca a quién sabe qué y después te has desplomado.
Agaché la cabeza, más que avergonzada del ridículo numerito que acaba de montar.
-Lo siento muchísimo. No ha sido a propósito, no se que me ha pasado.
-Vamos, vete a casa. Necesitas descansar- me sonrió, sin estar seguro de estar haciendo lo correcto.
-Muchas gracias, Javier.- le contesté mientras cogía mi mochila y me la colocaba a la espalda.
-Ah, genial. Creí que habías olvidado mi nombre.
Ana se me acercó con una sonrisa de par en par y me dijo al oído:
-Raúuuul.
-¿Eh?- me sonroje. Había confundido los ojos negros del de mates con los incomparables ojos del chico. No tenía perdón.
-No sabía que te hubieras enamorado de él, Albi...
-¡Pero, ¿qué dices?!- dije en un susurró bastante alto.
-Vale de eso no puedo estar segura, pero lo que si sé con certeza es que él te está esperando abajo.
La miré confundida y con la intención de que explicara que quería decir, y esta, me respondió con un movimiento de cabeza señalando la ventana. Me asomé un poco y lo vi. Allí estaba él. Con un paraguas cubriéndolo y otro de color amarillo en la otra mano. Mi paraguas, en pésimas condiciones. El corazón me empezó a latir más deprisa, y rápidamente y disimulando mi entusiasmo, me despedí agradeciendo a mis compañeros los deseos de mejora y salí de la clase.
Mientras me acercaba a él, con el gorro puesto y la cabeza agachada para evitar mojarme más de lo que ya estaba, Raúl me sonreía. Cuando estaba lo suficientemente cerca de él, vacile entre meterme bajo el mismo paraguas o pedirle el mío, aunque esto iba a sonar estúpido ya que al pobre paraguas parecía que lo hubiera atravesado un rayo. Finalmente decidí colocarme junto a él. Me miró durante lo que pareció ser una eternidad y me preguntó dulcemente:
-¿Estás bien?
-Eso creo- contesté.
-Te he oído gritar desde las columnas, mientras hacía deporte. Me he asustado bastante, la verdad.
-Perdona, aunque creo que yo estoy más asustada.
-¿Te acerco a tu casa, vale? Solo quedan veinte minutos para que acabe la última clase, y yo ya he terminado el test de resistencia, puedo acompañarte.
-Está bien, pero solo porque no tengo paraguas- contesté riendo.
-Eh, si tienes.- me dijo levantando el mío- y está en perfecto estado.
Sonreímos mientras nos poníamos camino a mi casa.
Cualquiera diría que no estaba lloviendo si nos viera caminar tranquilamente, bajo el paraguas, como si se tratara de un parasol. Pero así estábamos, no sabía el motivo de su calma, pero yo sí sabía el mío. Prefería mojarme a llegar rápido a casa, porque una vez allí, tendría que alejarme de él. Idea que me resultaba de lo más insoportable.
-Y bien, Alba. ¿Qué es lo que te pasa?- me preguntó serio.
-No lo sé...-respondí sinceramente- no tengo la más mínima idea.
Raúl me miró confuso. ¿Estaba realmente preocupado por mí?
-No entiendo cómo...-empezó a decir.
-Yo tampoco- lo interrumpí- estoy perfectamente y de repente me quedo dormida, sueño con una niña llamada Laura que no he visto en mi vida, y cuando despierto tengo la sensación de conocerla. Me estoy volviendo loca.
Raúl continuó andando aún más serio. Realmente estaba preocupado por mí. Qué tierno...
No pude evitar dejar escapar una pequeña sonrisa que se enorgullecía de ello. Pero igual de rápido que salió, desapareció cuando vi la verja de mi casa a tan solo dos metros de nosotros.
Con cuidado y sin ningunas ganas me quité la mochila para sacar la llave del bolsillo pequeño de esta. Me llevé una sorpresa cuando descubrí que no estaba allí, la había olvidado esta mañana en casa, genial.
-¿No la encuentras?- me preguntó él.
-No. Creo que la dejé en casa esta mañana.- contesté algo avergonzada- Fantástico.
-¿Y tus padres no están?
-No, trabajan hasta las cuatro.
Era evidente lo que iba a pasar ahora. Y, para dar el toque final a la idea que Raúl estaba a punto de sugerir, un puntual estornudo me hizo estremecer de pies a cabeza.
-Vamos a mi casa- dijo cediéndome un pañuelo y apartándome el pelo mojado que me tapaba parte de la cara. -No puedes estar una hora aquí esperando en estas condiciones.

2 de marzo de 2011

Capítulo 5

-¿Sorprendida?- preguntó al verme la cara.
-Bastante- contesté.
El chico iba esa mañana aún más guapo que la última vez. O al menos me lo parecía a mí. Lucía una fina camiseta negra de manga corta que le marcaba la forma de sus fuertes hombros y la perfecta musculatura de sus brazos. Además, el negro hacía que el gris de sus ojos resaltara. Su pelo moreno, estaba algo alborotado. No lo tenía corto del todo, le caía por todas partes dándole un aspecto informal e irresistible.
-¿Por qué? Ya te avisé de que iba a venir a tu instituto.
 Comenzamos a andar calle abajo.
-Ya, bueno- contesté- pero después de eso no diste señales de vida durante días. Ya creía que me habías tomado el pelo.
Soltó una carcajada.
-No, tranquila. No soy de esos.
-Mejor entonces- le dije sonriendo.
Me devolvió la sonrisa. Y en ese momento me di cuenta de que esta mañana estaba equivocada. Hoy es un día especial.
-He tardado en aparecer por aquí porque estaba de mudanza.- me dijo.
-Bien, y ¿dónde vives ahora?- me sentí después de esto un tanto entrometida.
-Cerca del parque en el que hablamos el otro día.- me respondió.
-Ah, como yo.- de nuevo esa sensación. Qué le importará a él...
-Lo suponía.- me dijo sonriendo.
Caminamos algo más sin saber que decir, hasta que Raúl decidió romper el hielo.
-Felicidades otra vez- me dijo- espero que hoy sea un día especial para ti- me dijo dulcemente- ¿Diecisiete verdad?
Noté como me ruborizaba un poco.
-Gracias-le mostré mi mejor sonrisa.- Sí.
-¿Tienes planes para hoy?- me preguntó un poco dudoso.
-Sí. Bueno, lo celebraré con mis padres esta tarde.
-Que bien- noté que algo le había molestado en esas palabras.
-Y tu ¿qué piensas hacer?- intenté cambiar de tema- ¿estás muy liado todavía con la mudanza?
-No, ya he terminado, no eran muchas cosas...
-¿Con quién vives?
-Sólo- Me miró. Entonces pude ver que detrás de ese chico simpático y sociable había algo triste. Algo que lo atormentaba. Que no compartiría con ella ni con nadie.
-Ya tengo los dieciocho, soy un adulto independiente- me contestó sonriendo e intentando ocultar lo que los dos sabíamos que yo ya había descubierto.
Llegamos al parque y nos despedimos con un alegre hasta mañana. Cada uno fue por una calle distinta. Lo miré mientras se alejaba. Sin duda alguna el chico era guapísimo.

Cuando llegué a mi casa, mis padres aún no habían llegado. Era de esperar, así que no me sorprendí. Dejé la mochila en el sofá. Estaba hambrienta. Me preparé unos espaguetis escuchando la radio. Con algunas canciones me emocionaba y me ponía a cantar como una loca, dando saltos mientras le echaba los ingredientes a la pasta. No comprendía muy bien el motivo de esa repentina felicidad que se había apoderado de mí. Intentaba convencerme a mi misma de que se debía a que era mi cumpleaños. Pero en el fondo era consciente de que era por Raúl. Por ese muchacho misterioso que al parecer voy a empezar a conocer mejor.
Con este pensamiento y con el delicioso sabor a espaguetis inundando mis papilas gustativas se abrió la puerta de mi casa. Mi madre entró seguida de mi padre. Se le veía cansada.
-¡¡FELICIDADES!!- dijeron a coro antes de ponerse a cantar.
Deje que terminaran la canción y les di las gracias acompañadas por un abrazo. Comimos mis buenísimos espaguetis seguidos de una tarta de fresa en las que tuve que soplar las velas.
Intentaban mostrarse felices pero mi madre se delataba de vez en cuando. Debía de haberle salido algo mal en el trabajo.
-¿Qué tal el asunto que habéis ido a resolver?- pregunté con aire inocente.
-Resuelto- se apresuró a decir mi padre sonriendo.
Mi madre se limitó a asentir.
-¿De verdad mamá?- la miré frunciendo el ceño.
-¡Claro que sí!- se levantó de la silla con una sonrisa impecable.- ¿Por qué te mareas tanto con el tema? Todo ha ido estupendo. Ahora tengo que irme a comprar, y tú deberás hacer deberes. Sal después un rato con Ana a tomar un helado. ¡Se está acercando el verano!- y desapareció en el pasillo al girar la puerta de la cocina.

Subí a mi cuarto y estudié largo y tendido. Pasadas dos horas me dí cuenta de que resoplaba cada dos minutos. Estaba harta y necesitaba despejarme. No me hacia falta llamar a Ana, iría a su casa directamente y si tenía ganas de salir saldríamos. Si no, me daría un paseo por el parque...

Ana tenía que estudiar para dos exámenes y se negó a salir después de haberme dado un fantástico regalo. Era una conjunto camiseta-pantalón-tacones que habíamos visto en “Stradivarius” la semana pasada y que me había encantado. Le di las gracias una y otra vez realmente emocionada y me encaminé hacia el parque con una enorme sonrisa en los labios.

De nuevo estaría mintiéndome a mi misma si no supiera que en el fondo tenía la esperanza de encontrarme al chico en el parque. Me senté en el banco y cerré los ojos. No sabría decir con exactitud cuando tiempo estuve así, pero diría que al menos cinco minutos habían sido. Abrí los ojos lentamente y miré hacia el frente. Ni un alma. Los columpios se balanceaban ligeramente por el suave viento que se acababa de levantar. Volví a toser. Creía que se me había pasado pero no parecía ser así. El viento empezó a soplar más fuerte. Los columpios comenzaron a balancearse brusca y descontroladamente en todas direcciones. Mi tos no cesaba. Creía que iba a ahogarme hasta que lo vi. Raúl estaba a mi derecha. De pie. Mirándome sin ningún tipo de expresión en su rostro.
-Deja que...- no entendí lo que decía. El viento me taponaba los oídos.
-¡Raúl!- chillé para que pudiera escucharme-¿qué está pasando?- el pelo me golpeaba la cara para segundos después desaparecer y luego volver a taparme la vista-¡¿me oyes?!- dije mientras me agarraba toda la melena en un puño para evitar ese desorden.
-Deja que sus...-el muchacho parecía estar poseído. Me miraba a los ojos-deja que sus...
Me levanté del banco y me acerqué a él.
-¡No te oigo!- grité lo más alto que pude-¡Raúl, dilo más fuerte!
-Deja que sus recuerdos confundan...- entonces lo comprendí todo.
-Tu mente.- Dicho esto el viento cesó de repente.

-¡¡Alba!!
Abrí los ojos y me encontré en mitad del parque, respirando a duras penas  y tosiendo continuamente. Unos brazos fuertes me agarraban por detrás, rodeándome todo el torso y apretando mis brazos contra el pecho.
-Alba. ¿Estás bien?- dijo mientras me giraba suavemente para que lo mirara de frente.
Ver a Raúl tan cerca me sorprendió por varios aspectos. El chico era aún más guapo con esa pequeña distancia de por medio. Sus ojos eran realmente preciosos. Y me miraban aterrados.
-Em...- tragué saliva- si, bueno, eso creo. ¿Qué ha pasado?
Raúl seguía agarrándome los brazos, me llevó hasta el banco y me sentó. Se sentó a mi lado y entonces dejó de hacerlo. Al notar que sus manos se alejaban de mí, me sentí sola y desprotegida.
-Eso me gustaría saber a mí. Vine a dar un paseo y te encontré en el banco. Creía que estabas tomando el sol y decidí darte un susto- sonrió por primera vez en toda la tarde.- El susto me lo he llevado yo, cuando después de zarandearte un poco, te has caído al suelo de bruces.
Abrí los ojos como platos.
-¿En serio?- me toqué la cara para ver si me había roto un diente o algo por el estilo. No, parecía estar todo en orden.
-Bueno, no has llegado a caerte, he conseguido cogerte antes de que estamparas tu cara contra el suelo. Lo peor ha llegado cuando al descubrir que estabas dormida, y al intentar despertarte, te has levantado, y con los ojos cerrados has empezado a chillar mi nombre.
Noté como me ruborizaba.
-Dios, que vergüenza- me reí mientras me tapaba la cara con ambas manos.
-¿Por qué?- preguntó sonriendo.
-No sé, quizás porque parece que he soñado contigo y que tú lo has visto. Es patético.
Se echó a reír.
-No creo que deje a una chica pirada por mí en tan solo unos días. Seguro que ha sido porque me escuchaste de alguna manera cuando te llamé- me guiñó un ojo al terminar su teoría.
-Cierto, muy cierto- dije considerando su punto de vista- Eso es.
Aunque yo tenía otra teoría, ese chico me ha dejado hechizada en solo unos días. De eso no cabe duda. Pero en cuanto a lo de la frase, no tenía ni idea, y no creía que fuera adecuado comentárselo a Raúl. No para que creyera que estoy loca aún sin habernos empezado a conocer.

Me acompañó a casa para asegurarme de que llegaba sin quedarme dormida por el camino y me levantó la mano a modo de despedida antes de cruzar la calle que llevaba de vuelta al parque.

Esa noche estuve preocupada. Por una parte porque hacía tiempo que no me ocurría lo de hoy, y la frase que me dijo Raúl ya la había escuchado antes en otro sueño. Y por otra porque mi cumpleaños estaba apunto de llegar a su fin y mi mejor amigo no me había mandado ni tan siquiera un mensaje para hacerme saber que sigue vivo y que no se ha olvidado de mí. Alex me había pedido que no me preocupara. Pero cómo no iba a hacerlo, llevaba una semana sin aparecer y no se había acordado del día de mi cumpleaños.
Me convencí de que no tendría saldo o de que estaba realmente ocupado, pero sano y salvo. Bajé a la cocina para beber algo de agua y entonces oí ruidos extraños que provenían de la habitación de mis padres. Me acerqué sigilosamente, arrimé la oreja y la presioné con cuidado contra la puerta.
-Vamos, intenta dormir- decía mi padre mientras escuchaba a mi madre sollozar.
El corazón me dio un vuelco.
-No puedo, Roberto- decía ella entrecortadamente- nunca lo superaré.
-Por el amor de Dios, Ruth- decía él- ya han pasado diecisiete años.

Capítulo 4

Volvía a llevar ese camisón y a ser más mayor. Me miraba con una expresión que yo no entendía, en sus ojos se reflejaba una tristeza abrumadora.
-Por favor, no tengas miedo...- susurró.
Pude ver que se encontraba en un cuarto de baño: le estaba hablando a su propio reflejo. Laura cerró los ojos lentamente y yo dejé de verla. Ahora solo había oscuridad. Una respiración profunda. Y otra vez abrió los ojos y la pude ver de nuevo.
-Sé que es difícil, pero no tengas miedo, tienes que ser valiente – Volvió a cerrar los ojos y dijo de manera casi imperceptible- Yo se como te sientes...
Desperté.
Me esperaba un domingo de preguntas que nadie podía contestar...Genial.
Bajé y me senté a la mesa, tenía un hambre terrible.
-Alba, anoche hablabas sola- dijo mi padre a carcajadas- te pillé en el cuarto de baño hablando con el espejo...
-¿Qué?- se me paró el corazón.
-Cielo, no pasa nada, yo también soy sonámbula, creía que no lo habías heredado, porque nunca te había pasado. Parece ser que no has tenido tanta suerte.- Sonrió.- En fin, no te preocupes, es algo natural- mi madre miró a mi padre y concluyó- Tenemos que poner un pestillo en su cuarto, nunca se sabe lo que puede hacer una sonámbula.
Ya estaba echa un lío y solo eran las diez y media de la mañana, pero aún no había venido la mejor parte de este estupendo día...
-Mamá, voy a salir a tomar el aire.- La puerta se cerró detrás de mi.

El cielo estaba cubierto de nubes, pero el sol asomaba entre ellas. El cantar de los pájaros me tranquilizó. Últimamente me estoy volviendo loca. ¿Y si todo lo ocurrido hasta ahora a sido un sueño? Ojala nada de esto me vuelva a pasar. Que todo esto acabe aquí, ahora mismo.
Había llegado al parque, vacío. Me senté en un banco alejado de los columpios, incliné mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos. El sol y la suave brisa me acariciaban la cara. Suspiré profundamente.
-Bonito día, ¿verdad?- Di un brinco y abrí los ojos de repente al reconocer esa voz.- Lo siento, no pretendía asustarte...-dijo sentándose a mi lado.- ¿Te importa si me siento aquí?
Lo miré a los ojos. Esos ojos...
-N...no, no hay problema.- Bajé de nuevo la mirada.
-Anoche no me presenté, soy Raúl.- me tendió la mano.
-Perdona, pero, ¿por qué debería presentarme?- le pregunté aturdida.
-Porque quieres hacerlo, ¿o no es así?- preguntó sonriendo. Y qué sonrisa, Dios mío.
-No, lo siento pero no te conozco, no hablo con desconocidos- me levanté del banco.
-Espera- susurró- Por favor, no te vayas...
-¿Y por qué debería hacerte caso?
-Porque sé que estás confundida. O al menos, ya mismo lo estarás...
Casi me caigo al suelo de la impresión. ¿Qué sabe que?
-¿Co...?- tranquilízate Alba. Es casualidad- ¿Cómo?
-Solo dime una cosa, por favor. Si no es verdad me voy y te prometo que nunca más tendrás que volver a verme.
-¿Y si es verdad, qué?- pregunté.
-Entonces, tu decidirás si quieres volver a verme o no. Haré lo que tú me digas.
Ahora sí me empezaron a temblar las rodillas.
-Pregúntame...
-Te llamas...Alba. ¿Verdad?
Entonces me senté en el banco, iba a caerme al suelo si seguía de pie.
-¿Y tú como sabes eso?- intente aparentar tranquilidad.
-Bah, este barrio no es muy grande, me he informado...Es que voy a ir a tu instituto muy pronto y quería conocer a alguien antes.
-¿Y por qué soy yo la afortunada?- pregunté con un tono sarcástico que ni yo capté en la entonación de mi voz.
-¿Acaso te disgusta serlo?- dijo sonriendo.
Entonces me vi allí, sentada en un banco junto a un chico increíble que estaba sonriéndome...
-Emm, pues...n...no, no. – Mierda. ¿Dónde está mi cerebro cuando lo necesito? Creerá que soy una pava que tartamudea cuando alguien como él la mira...
 -Genial- alargó de nuevo la mano hacia mí- Soy Raúl.
Esta vez le di la mía.
-Yo Alba, aunque ya lo sabías...-sonreí tímidamente.
Me perdí en su miraba durante un momento. Esos ojos de un gris plateado miraban los míos, casi los examinaban, después sus ojos bajaron hasta posarse en mi boca, que dibujaba una pequeña sonrisa, y yo, de manera totalmente inconsciente miré la suya. Entonces el volvió a sonreír. Miré nuestras manos, que aún seguían aferradas en el aire, y volví a La Tierra.
Mi reacción fue tan brusca que me levanté del banco casi sin notarlo, respirando de nuevo, ya que creo que había dejado de hacerlo en ese corto pero intenso momento...
 -Tengo que irme- Le hice un gesto con la mano, agregué un simple “nos vemos” y me fui.
Sí, me fui. Miedo. Tenía miedo, pero no sabía a qué exactamente. Me iba porque ya eran suficientes emociones para una mañana de domingo...No. Para qué engañarme. Me iba porque no quería caer en el embrujo de ese perfecto desconocido.
-Psss- No puede ser, pensé. Y me di la vuelta.
-¿Qué quieres?- cuando me di cuenta de que hablaba sola, me volví a girar e hice como si nada hubiera pasado. Alucinaciones mías. Ya sabía yo que esto no me iba a venir bien...

Me encantaría decir que los días que llegaron después fueron algo menos sofocantes, y en teoría lo fueron. Pero en mi cabeza había armado un barullo difícil de resolver sin tener ningún tipo de noticias. Y esto hizo que las siguientes semanas fueran más estresantes aún.
Por otra parte, no tuve noticias de Alex. No volví a soñar con Laura. Y a Raúl no volví a verlo.

Una mañana de martes corriente acababa de empezar. Había dormido bastante mal y al levantarme de la cama la cabeza me dio vueltas. Comencé a toser como una loca. Genial: me he constipado. Este día tiene toda la pinta de ser de esos que pasan a trompicones, y que nunca recuerdas haber vivido.
Cuando me hube vestido, bajé a desayunar. Mi madre no estaba en casa, cosa que me sorprendió, ya que hoy era el día de mi cumpleaños. Lo más triste ha sido haberlo recordado por el calendario que mi padre tiene pegado en el frigorífico. El “24” aparecía rodeado con rojo y unas letras lo acompañaban abajo: ¡Cumpleaños de Albita! Comenzaba a dolerme la cabeza y no entendía porque mis padres aún no habían aparecido en la cocina pegando voces y cantándome la canción que a la que acompañarían dos velas- la del uno y la del siete- hincadas cada una en una magdalena que comería para desayunar.
Me senté y me agarré la cabeza con el codo apoyado en la mesa, sin dejar de toser. Entonces la vi, delante de mí había una nota. La cogí y después de haber tosido cuatro veces seguidas abrí los ojos y me dispuse a leerla.
La letra de mi madre apenas podía entenderse, pero por suerte estaba acostumbrada a ella y no me costó demasiado entender el enigma.

¡Feliz cumpleaños cielo!
Sentimos muchísimo no poder estar ahí, pero a papá y a mí nos ha surgido un asunto de trabajo que no podíamos posponer. Llegaremos a la hora de comer, pero si aún no estamos ahí cuando vuelvas del instituto puedes prepararte unos espaguetis a la carbonara con la nata que hay en la despensa. Tranquila que, cuando volvamos, celebraremos este día tan especial como es debido.
Un beso muy fuerte, cariño.
Papá y Mamá.

Estupendo. Un asunto importante de trabajo. ¿Por qué me cuesta tanto creer esas palabras? Quizás porque mis padres nunca han trabajado juntos. Qué más da. Me duele demasiado la cabeza como para que ahora empiece a hacerme preguntas sin importancia. Tengo que ir al instituto, y rápido. Llego tarde.

Cuando llegué a clase Ana se me tiró encima.
-Cuuuuuuumpleaaaaños feeeeelizz, cumpleaños felizz, te deseeeeeeo Albiiitaa, ¡¡cumpleaños feeeeeeliiiiiiiiiz!!- algunos se habían unido al ensordecedor cantar de mi amiga, y estaban aplaudiendo alegremente mientras me felicitaban ellos también.
-¡Gracias a todos!- respondí con una gran sonrisa en los labios. Me alegraba de tener amigos como ellos.
Abracé a Ana con fuerza.
-Estás loca y cantas fatal, que lo sepas.
-Ya lo sabía, pero por suerte, puedo decir lo mismo de ti.
Las dos nos reímos, abrazadas aún.
-Señoritas Romero y Marín, todos sabemos el afecto que os tenéis la una a la otra, pero no hace falta que nos deleitéis con tanta ternura en clase de Literatura. – La Espárrago nos borró la sonrisa cuando nos sonrió con apatía.- Página 45, capítulo 9. Ahora.
La clase de Literatura nunca se me había hecho tan pesada, y el día transcurrió como cualquier otro, salvo por las felicitaciones de mis compañeros que le daban algo de color a la mañana.
A la salida me encontré con Paula, María, y Michael. Todos me felicitaron con un abrazo y con el deseo de que disfrutara mi día especial. Cosa que no veía muy posible, este día no era muy prometedor.
Me despedí de ellos y me encaminé hacia la salida. Cuando estaba saliendo por el gran portón negro de hierro por el que tantas veces he pasado alguien me habló a mi espalda.
-Alba. - noté como mi mundo se tambaleaba al reconocer esa voz- Feliz cumpleaños.
Me giré y lo vi. Allí estaba él. Mirándome, caminando hacia mí y sonriendo con una cálida sonrisa.
-Gracias- logré decir después de notar que seguía respirando. Me aclaré la garganta y concluí la frase- Raúl.