19 de febrero de 2011

Prólogo.

El cielo estaba encapotado, la capa de nubes que lo cubría era cada vez más oscura conforme se miraba hacia arriba, se estaba aproximando un gran vendaval. Los árboles se tambaleaban violentamente, y débiles, se rendían y dejaban que a sus hojas se las llevara el viento.
Una joven dejó de mirar por la ventana y miró a su bebé, estaba sentado en el suelo, mirándola con entusiasmo. Tiró el globo con el que jugaba hacia arriba extendiendo sus pequeños bracitos. El globo flotó por encima de sus cabezas unos segundos, y después se dispuso a bajar, lentamente, vencido por la ley de la gravedad, y volvió a las manos del pequeño. La chica lo cogió en brazos y lo sentó en su regazo. Él seguía jugando con el globo, riendo, feliz. Y lo abrazó lo más suavemente que pudo. Volvió a mirar por la ventana. Y vio el mismo paisaje desolador de antes. Las hojas volaban impetuosamente por el cielo, vencidas, y olvidadas. Ella nunca dejaría que se lo arrebataran de las manos, nunca lo dejaría solo e indefenso, desafiaría a la ley de la gravedad para que él pudiera volar y guiarse cuando ella ya no estuviera a su lado…deseaba que el bebé fuera feliz, pero sabía que esto no iba a ser muy probable.
De repente, el globo con el que jugaba explotó, y el pequeño se llevó tal susto que comenzó a llorar. La joven se dio cuenta en seguida de que su vida, dentro de unas horas, sería tan frágil como la de un globo. Como la del globo que acababa de hacer llorar a su hijo. Lo tranquilizó y lo acunó en sus brazos. Le acarició suavemente la cabecita y comenzó a llorar amargamente.
-Perdóname, cariño…Lo siento muchísimo, pero no puedo hacer nada, mi vida ha sido así, y yo he tenido la poca vergüenza de traerte al mundo aún sabiendo que lo ibas a pasar mal- el niño dejó de llorar, y la miró sorprendido. La miraba como si la entendiera, como si quisiera decirle que ella no tenía la culpa- Pero por favor, no creas nunca que te he abandonado, yo te quiero más que a nada en este mundo, mi pequeñín.
Se secó las lágrimas, lo besó en la mejilla y lo dejó en la cuna. Cogió varios folios del escritorio, donde escribió tres cartas, y cuando las hubo acabado se las metió en el bolsillo interior de la chaqueta. Miró por última vez a su hijo- que se había quedado dormido- y se permitió el lujo de permanecer un minuto más de esta manera. Entonces, salió del apartamento y se dirigió a casa de sus padres unas calles más abajo.
En ese momento, el teléfono empezó a sonar, después de unos siete pitidos salió el contestador.
-Hola. En este momento no estoy en casa, si quiere dejar un mensaje puede dejarlo después de oír la señal, gracias.
-¡Tesoro! ¿Dónde te metes? Os esperamos dentro de media hora, está todo preparado, va a ser un día fantástico, toda la familia está aquí. Por cierto, tienen muchas ganas de ver al niño, mejor no lo dejes con Adrián, que duerma aquí en el cuarto de tu hermana, en la cunita nueva para la niña. En fin, todavía no puede utilizarla...Y no creo que lo despertemos, está bastante alejado del salón. ¡Ay, cariño! Es verdad, me enrollo más que una persiana... ¡Madre mía, mi niña que ya es mayor de edad! Feliz dieciocho cumpleaños cielo, ¡no tardes!
Muy cerca de allí se encontraba ella, subió el umbral, sin hacer ruido alguno, deslizo dos sobres bajo la puerta…Y se marchó, ¿dónde? No lo sabía.
Cerró los ojos e intentó no pensar en su hijo, ni en nadie de su familia… Pronto todo habría acabado para ella, de una vez por todas. Pensando esto, y con los ojos cerrados, sonrió. Por última vez.