La chica estaba sentada en mitad de la calle, la gente que pasaba por su lado se le quedaba mirando, pero a ella no parecía importarle, algo la tenía entretenida, o alguien. Me miraba con una cara inexpresiva, parecía asustada, yo desde la otra acera me hacía la tonta, como si no supiera que ella me estaba mirando. Hasta que me choqué con un muchacho de unos 20 años que llevaba de la mano a un niño pequeño.
Fue tal el golpe, que el muchacho soltó de la mano al niño bruscamente, y este calló al suelo de culo.
-Lo…lo siento- fue lo único que logré decir antes de ver que la chica de antes se levantó de repente y vino en mi dirección.
-¡Alba!- gritó, ¿sabe mi nombre? Me estaba empezando a poner algo nerviosa…
Esquivó los coches que paraban de golpe, impresionados.
-Por favor, Alba, tienes que escucharme, ¡cuídalo!- ¿Qué lo cuide?, ¿el qué?
Las bocinas de estos sonaron, pero ella no se giró, solo y exclusivamente me miraba a mí.
Llegó hasta mí y se paró justo en frente, estaba llorando. Supongo que esperaba una respuesta por mi parte, pero yo estaba tan sorprendida que no encontraba las palabras. ¿Qué decir en momentos como este?
Entonces, el muchacho con el que antes me había chocado, se acercó más a mí y me tiró de la oreja.
-¡Ay!, ¡suéltame!- conseguí decir, pero no me hizo caso, sino que tiró con más fuerza.
-¡¿Qué te suelte?! – Ahora era un tono de voz distinto-¿Tú eres tonta?-se distorsionó hasta que al fin me di cuenta de que era una voz de chica- Vamos Alba, la estás cagando.
-¡¿Qué te suelte?! – Ahora era un tono de voz distinto-¿Tú eres tonta?-se distorsionó hasta que al fin me di cuenta de que era una voz de chica- Vamos Alba, la estás cagando.
¿Ana?, ¿qué hace ella aquí? De repente, lo comprendí todo. Levanté la cabeza bruscamente y me froté los ojos. En efecto, allí estaba. Toda la clase me miraba con caras divertidas, menos la que estaba junto a la pizarra. La profesora Inés se mostraba disgustada y tenía el ceño tan fruncido que pensé que las cejas iban a tocarle la punta de la nariz.
-¡Oh, lo siento mucho!- Dije avergonzada, era la primera vez que me quedaba dormida en clase.
-Señorita Alba- dijo la profesora- me ha faltado mucho al respeto en esta hora de clase, se merece un castigo- Parecía bastante enfadada, porque nunca antes le habían hecho una cosa así en sus clases. Aunque no sería por falta de ganas.
Las clases de Doña Inés, eran las más aburridas de todas, no es que la historia no me guste, pero su forma de explicar le quita cierto interés al asunto.
Las clases de Doña Inés, eran las más aburridas de todas, no es que la historia no me guste, pero su forma de explicar le quita cierto interés al asunto.
-Tendrás que quedarte hasta las cuatro todos los viernes que quedan del trimestre para limpiar el aula.
Asentí y conteste lo más cortésmente que pude:
-No volverá a pasar señorita.
Intente disimular una mueca, agachando la cabeza, y me dispuse a escribir en mi libreta lo que había escrito en la pizarra.
Una de las cosas que odio de ella, es que es bastante exagerada. Pero no me sorprendió su castigo. Había puesto peores. El aspecto de Doña Inés se conjuntaba perfectamente con su personalidad, era alta y delgada, sin muchas curvas. Siempre llevaba una especie de uniforme azul marino con una falda larga que le llegaba hasta las rodillas. Se recogía el oscuro pelo en un moño muy bien sujeto, que dejaba ver su rostro arrugado de punta a punta, con una nariz aguileña y una miraba de superioridad.
Tocó la sirena que anunciaba el fin de las clases por hoy. Me levanté del pupitre lo más rápido que pude para poder quitarme a la señorita de encima: Hoy era viernes. Me colgué la mochila sobre el hombro derecho y puse la silla sobre la mesa sin hacer mucho ruido para no llamar la atención.
-Ana, ayuda- le susurré a mi amiga- tápame para que no me vea La Espárrago (así llamaban a Doña Inés entre alumnos).
Ana asintió y se puso a mi derecha, interponiéndose entre la mirada de la profesora y yo. Pasamos muy pegadas disimulando a través de toda la clase, y cuando estábamos ya pasando por la puerta…
-Alba, hoy es viernes- su voz sonó más seria de la cuenta.
Me di la vuelta y cambié la cara de fastidio por la de sorpresa:
-Oh, ¡Claro, qué despiste!
Pasó por mi lado y me dio las llaves de la clase y las del cuartito de la limpieza.
-Te estaré vigilando- me dijo antes de desaparecer bajando las escaleras.
-Pff, ¡qué latazo! La odio- le dije a Ana.
-¿Y quién no, Albita? Ahora te toca sufrir su castigo…Por cierto, ¿qué te ha pasado?, ¿otra vez?
Entonces, recordé el sueño.
-Sí, ya es la tercera vez, me estoy empezando a asustar.
-¿El mismo sueño?
-No, es la misma chica, pero esta vez me habla, y me pide ayuda. Me gritaba llorando que lo cuidara.
-¿Qué cuidaras qué?
- No lo sé…
-A lo mejor te estás volviendo loca- dijo riendo.
-Oh, muchas gracias. ¡Tú sí que eres una amiga!
-Vamos Albi, no te alteres, seguro que son solo tonterías, intenta cambiar de colchón, a lo mejor es eso lo que no te deja dormir.
-¡Seguro!- nos reímos juntas.
-Bueno, yo me voy, ¡qué te sea leve!- dijo dándome una palmadita en la espalda y corriendo en dirección a las escaleras, cuando llegó, se paró y adoptó la misma postura que la de la Espárrago hacía unos minutos- Te estoy vigilando- Y la perdí de vista riendo.
Mientras limpiaba las mesas y recogía el suelo recordé de nuevo el sueño que acababa de tener, este era mucho más real que los anteriores, en los que la chica solo se había dispuesto a mirarme. Estaba empezando a preocuparme. ¿Y si de verdad me estaba volviendo loca? No, no es posible. Pero estaba segura de que esos sueños querían decirme algo, tenían un significado…
De repente algo golpeó el cristal de la ventana del centro del aula.
Di un brinco asustada y me alejé. ¿Qué ha sido eso? Otra piedrecilla volvió a golpear el cristal, me acerqué lentamente y decidí asomarme. Abajo solo veía algunos árboles de los que había en el patio. Distinguí la sombra alargada de una persona bajo uno de ellos. ¿Estaba escondida? No, la sombra caminó hasta dejar al descubierto a quien pertenecía, era un chico. Que volvió a tirar otra piedra que chocó delante de mis narices. Volví a mirar para abajo y lo reconocí. Era Alex, mi mejor amigo. Había venido a salvarme de las garras de Doña Inés.
Cerré las persianas rápidamente, le pasé el paño por encima a todas las mesas que encontré a mi paso, subiendo las sillas con cuidado. Y recogí algunas bolas de papel que había tiradas en el suelo cerca de la papelera. Abrí la puerta muy despacio. Porque si era verdad que me estaba vigilando, me caería encima otro castigo- Eran las tres y cuarto, me faltaban cuarenta y cinco minutos.
Cerré la puerta con llave y miré de reojo la escalera. “No hay espárragos en la costa” pensé riendo antes de salir corriendo como una loca hasta la salida de emergencia que estaba al otro lado del pasillo. Abrí la puerta de esta, y me adentré en la oscuridad. No encontraba el interruptor de la luz, así que me agarré a las paredes buscando el primer escalón de bajada. Di pequeños pasos hacia delante, sin encontrarlo. Creía recordar la única vez que había pasado por allí- el curso pasado- y no recordaba los escalones tan alejados de la puerta…
Recorrí unos cuatro metros sin respuesta alguna, ¿estaba en la puerta equivocada? Me tiré al suelo, palpándolo con las manos, nada. Entonces empecé a sentir los latidos de mi corazón retumbando fuertemente en mi cabeza, el suelo empezó a moverse bajo mi cuerpo hasta colocarme verticalmente y la gravedad me empujó hacía arriba. Choqué contra el suelo y los ojos se me cerraron.
La chica seguía tirada en la acera de enfrente, pero esta vez no estaba sola, ni me miraba a mí. Estaba mirando al hombre con el que recordaba haberme chocado aquel mismo día. Y discutía con él. Se gritaban en medio de la calle sin importarle lo que la gente pensara.
Algo me tocó el pie, me asusté e instantáneamente mi pierna se retiró. Cuando miré que era, vi a un niño pequeño mirándome sorprendido, con los ojos llenos de lágrimas, y con una mueca que le tapaba el labio superior con el inferior, lo había asustado. Empezó a llorar y a dar gritos.
Entonces escuché la voz de la chica.
-¡Alba! No le hagas daño, ¡no le hagas llorar! Dale el amor que yo no pude darle, ¡por favor!
¿Qué podría contestar? ¿Cuidar a un niño, yo? ¿Esperaba que fuese su nueva madre? ¿Por qué? ¿Quiénes eran? ¿De qué los conocía? Tenía una larga lista de preguntas que hacerle a esa chica, pero no iba a preguntárselas a voz en grito en mitad de la calle.
-¡Alba! ¡Respóndeme!- ¡No puedo!- Por favor, por favor…Me estás asustando- ¿Yo, a ella? ¿Es que acaso no se da cuenta de que la única que está realmente asustada soy yo?
-¡Por Dios, Alba! No sabes el susto que me has dado- Me dijo Alex tirado en la hierba- creía que iba a tener que llevarte al hospital para que te reanimaran…
-¿Alex? ¿Qué me ha pasado?- le pregunté.
-No lo sé, llevaba esperándote en el jardín unos diez minutos, hasta que he escuchado un fuerte porrazo que venía de la puerta de la salida de emergencia, entonces he ido a ver que pasaba y te he visto tirada en el suelo al pié de las escaleras.
Otra vez me había quedado dormida, esto ya se estaba convirtiendo en algo serio.
-Alex, tengo un problema, ya me he quedado dormida cuatro veces sin previo aviso, sin tener sueño.
-¿Cuatro veces?- me preguntó.
-Si, ayer dos, y hoy otra dos, en la clase de la Espárrago y ahora…
Me miró con el ceño fruncido. Y sus cejas oscuras casi se tocaron.
-Creo que deberías ir al médico Albi…
-No se… no quiero decírselo a mi madre, se asustará.
-Ya, pero seguro que hoy se entera. La Espárrago no se guarda estas cosas para si…- Me dijo ofreciéndome la mano para ayudarme a levantar.
-Tienes razón…- se la di y cuando hube recuperado el equilibrio caminamos hacia mi casa.
Alex llevaba un jersey azul celeste con rayas horizontales de color azul más oscuro, y el pelo moreno medianamente corto y desordenado. Tenía los ojos verdes y me sacaba una cabeza. No porque yo fuera bajita, si no porque él tenía dos años más que yo. Razón por la que siempre se metía conmigo haciéndose el mayor.
-A mi no me pongas esa cara de desconfianza Albita, ¿qué es lo que ocurre?
-Es que...no vayas a creer que estoy loca ni nada eh...
-¡¡Alba!!- estaba realmente impaciente.- ¡¿Qué pasa?!
-Vale, vale. Pues...cuando me quedo dormida, sueño siempre lo mismo.
Es una chica, que corre hacia mí y que me pide que proteja a un bebé...
Alex puso una mueca y levantó una ceja.
-Vale...-consiguió decir- estás loca- dijo entre carcajadas.
Le pegué un manotazo en el hombro y decidí que la conversación había llegado hasta ahí. No tenía ganas de hablar más del tema si iba a ponerse insolente.
-Eso espero…- le sonreí abiertamente, no merecía la pena estar molesta con él- Gracias por salvarme, amigo mío- me di la vuelta y entré en mi casa.
-Estoy en casa- grité subiendo las escaleras.
Abrí la puerta de mi cuarto y me asomé a la ventana. Pude ver como Alex desaparecía de mi vista detrás de la calle que llevaba a su casa. Cerré las cortinas y me tumbé en la cama. Se le veía deprimido… Alex está coladísimo por mi amiga Ana. Pero ella no mostraba el más mínimo interés por él, aún sabiendo que es guapísimo y que es un buen chico. El pobre no puede hacer nada más por conseguir su corazón, ya lo ha intentado todo y yo ya no se como ayudarle más.
Se me cerraron los ojos y me acomodé más en la cama. Me di cuenta al instante de que otra vez me iba a quedar dormida. Intenté incorporarme, pero mi cuerpo no respondía. Intente abrir los ojos pero estaban cerrados con tal fuerza que fui incapaz de abrirlos...
Y otra vez me encontré en aquella calle, pero no había nadie, solo estaba yo, y aquel niño llorón agarrado a mi pie.
-Ayúdame- me decía.
-¿Cómo?- le pregunté.
-Ayúdame, por favor- mientras decía estas palabras se convirtió en una sombra, que fue elevándose hasta tener la misma altura que yo.
-¿Quién eres?- pregunté asustada.
-Queda poco - me dijo haciéndose aún más grande- Poco para que lo sepas.
-¿Cómo?, ¿cuánto?- dije casi gritando.
-Demasiadas preguntas, pequeña…- La voz le había cambiado, ahora era una voz más madura: la de un muchacho, o quizás de un hombre.
-¿Qué quieres de mí?-grité- ¡Déjame!, ¡lárgate de mis sueños!
-No puedo, pero quiero ayudarte. Puedo hacer que comprendas, que los dos comprendamos...
-¿Qué hay que entender? ¿Por qué me eliges a mí?- me estaba alterando demasiado- ¡¿Qué he hecho?!
-Lo siento, no puedo decir nada más…-dijo mientras se desvanecía- Escucha, deja que sus recuerdos confundan tu mente, y lo entenderás todo.
Entonces, desperté de mi sueño. La luz que entraba por la ventana me cegaba, y parpadeé varias veces antes de acordarme de nada...
De repente, los recuerdos estallaron en mi mente como si se tratara de un relámpago. Me acerqué al escritorio, cogí un bolígrafo y saqué una libretita de un cajón, la abrí por la primera página y escribí:
“Deja que sus recuerdos confundan tu mente”
¿Qué iba a entender con esa frase? No tiene sentido alguno…