6 de abril de 2011

Capítulo 8

Cuando llegué a casa, no me sorprendió encontrar a mi madre esperándome en el salón con los brazos cruzados bajo el pecho.
-¿Dónde has estado?- me dijo aparentando tranquilidad.
-Ya te lo he dicho, mamá- dije mientras me soltaba la coleta y me sacudía un poco el pelo- esta mañana olvidé la llave. Por suerte me acompañaba un amigo y...
-¿Qué amigo?- Me interrumpió extrañada. Era evidente que no se trataba de Alex.
-Es nuevo en el instituto, acaba de instalarse en la ciudad. Se llama Raúl.
ZAS.
La cara de mi madre cambió de repente. Su expresión de calma se tornó rápidamente a la de miedo, y de inmediato volvió a estar tranquila. Aparentemente. Pero yo la conocía, realmente me costaba imaginar qué era lo que podría haberla impactado. Qué había conseguido que el control que mi madre tenía sobre sí misma la traicionara. ¿Qué?
No me andaría con rodeos.
-¿Qué pasa?- pregunté casi exigiendo una respuesta.
-Nada, un ligero dolor de cabeza- contestó mientras se dirigía a su habitación- voy a echarme un rato, ¿vale? ¡Haz los deberes!- dijo antes de cerrar la puerta y dejarme sola con el ceño fruncido preguntándome qué narices le pasa últimamente.
Estudiar durante cuatro horas seguidas no debía de ser sano, por lo que, a las ocho en punto, cerré los libros y suspiré aliviada. Estaba harta de Historia y cualquier cosa podría entretenerme ahora que había dejado las obligaciones al margen. Bajé a la cocina a ver si había algo para picar, me había entrado un hambre voraz y mi barriga rugía pidiéndome comida inmediata.
Sobre la mesa de la cocina encontré otra nota. Ya estaba empezando a acostumbrarme a esta forma absurda de comunicarse conmigo...

No quería molestarte, Alba, por eso no te he avisado directamente. Me he ido a por papá. Esta noche cenaremos fuera, ¿está bien? No llegaremos demasiado tarde. ¡Estudia mucho!
Besitos. Mamá.

Me encantaba tener la casa a mi absoluta disposición para cenar. Era agradable poder estar sola de vez en cuando. Yo conmigo misma, y nadie más. Me senté en el salón con un buen bocadillo de jamón serrano y encendí la tele. Estaban echando una de mis películas favoritas: “Orgullo y prejuicio”. Adoraba la historia, el libro lo había leído centenares de veces y los actores de la película eran fantásticos. Me acomodé en el sofá y cuando me hube acabado el bocadillo me tumbé.
Lizzy acababa de meterse en la cama con su largo camisón blanco de algodón, y se tapó hasta la cabeza con la fina sábana. Su hermana Jane estaba a su lado, y las dos comentaban y reían sobre cosas que habían acontecido esa misma noche en un baile al que habían asistido ambas.
-Solo un amor profundo podría impulsarme al matrimonio- le decía Lizzy a su hermana mayor- acabaré siendo una solterona.
Me acomodé aún más en el sofá. Me encantaba el personaje de Lizzy, tenía su misma forma de pensar y me sentía identificada con ella.
-¿El señor Darcy?- continuaba diciéndole a su hermana mayor- ¿sabes? Podría perdonar su vanidad si no hubiera herido la mía- Rió Lizzy- pero es igual, dudo que vuelva a hablar con él.
Rieron juntas bajo las sábanas, ilusionadas y felices.
Entonces, Lizzy se levantó de un salto de la cama y su expresión cambió radicalmente.
-Jane, debo decírtelo- susurró.
-¿Decirme qué?- preguntó ella con dulzura, incorporándose también.
La cara de Lizzy mostraba confusión, frustración y pánico.
-¡Vamos, Lizzy!, ¿qué ocurre?- se impacientó su hermana.
-Está bien...- cogió aire, y lo soltó de sopetón: estoy embarazada.
Jane se convirtió en una mancha borrosa que se llevaba las manos a la cara y Lizzy...Elisabeth Bennet dejó de ser Lizzy para convertirse en Laura. Una Laura joven pero madura. Una Laura insegura.
Reconocí el camisón que llevaba Lizzy como el que casi siempre le veía a ella. Entonces empezó a llorar.
La chica que la acompañaba la abrazó.
-No llores. No es algo para llorar, seguro que todos se alegran por ti.
-¿Crees que yo habría querido esto antes?, ¿crees que para mí esto es felicidad?- dijo ella entre sollozos.
-¿Por qué lo has hecho? No sabía que había alguien con el que...
-¡No!- la interrumpió.- Por favor no me malinterpretes.
-¡Laura!- la voz de su hermana se me hizo familiar- Vamos, explícame que ocurre.
-No puedo- dijo entre lágrimas- De verdad. ¡No puedo!- gritó.
Laura gritó furiosa, asustada e impotente. Gritó tan fuerte que hizo que a su hermana se le erizaran los bellos. Tan alto que ella misma se hizo daño en los oídos. Tan penetrante fue el chillido que traspasó cada una de las paredes de la casa y despertó a todos.

Me encontré respirando profunda y rápidamente, aunque me costaba demasiado hacerlo. Estaba sudando. Oí el eco de un grito que había hecho retumbar las paredes de mi casa y logré reconocer mi voz en él.
Mientras yo salía lentamente de la confusión, Lizzy seguía en pantalla, riendo con su buena amiga Charlotte. Darcy se le acercó de repente y le pidió bailar, y esta, a pesar de haberse jurado a sí misma que no volvería a ser cortés con  ese hombre en toda su vida, aceptó.
No podía creer como había soñado con Elisabeth Bennet diciendo palabras tales como “estoy embarazada”. Era una locura absurda. Y, Laura. Qué pintaría ella en todo esto. ¿Por qué habría soñado tal demencia?
Sin salir de mi ensimismamiento estuve durante varios minutos, pensando si realmente era posible que la Laura de mis sueños estuviese embarazada, hasta que sonó un móvil.
Aquel tono tan cutre que provenía de la cocina en la vida podría haber sido mío: mi madre lo había olvidado en casa. Sin duda yo había salido a ella y a su mente atolondrada y descuidada.
Me levanté rápidamente sin ponerme las zapatillas, ya que mi padre no se encontraba allí para verme descalza ni para echarme una de sus típicas regañinas, y me dirigí hacia el móvil.
Solo cuando llegué a la cocina me di cuenta de que no sonaba allí, sino en el cuarto de mis padres. Corrí lo más rápido que pude pero ya se encontraba demasiado lejos y dejó de sonar justo cuando mi mano lo tocó.
El número, que mi madre no tenía guardado, aparecía en el registro de llamadas perdidas unas diez veces. Era el número de un teléfono móvil. No le devolví la llamada porque quizá mi madre prefiriera contestar ella. Algo extrañada dejé el aparato en la mesita y me dispuse a salir de la habitación, pero de nuevo sonó esa horrible canción que me obligó a descolgarlo por dejar de oírla.
-¿Diga?- dije esperando la respuesta de cualquier persona.
Silencio. Una ligera respiración al otro lado de la línea. O podría ser que me la hubiera imaginado.
 -¿Oiga?- insistí para darle otra oportunidad a quien quiera que estuviera llamando a mi madre.
Y colgaron.
Me dejaron con el ceño fruncido y el móvil pegado a la oreja durante casi medio minuto. Tenía una sensación extraña que me impedía pensar con claridad. Diez veces. Diez veces la habían llamado antes para ahora colgar, así de repente. Se habrán equivocado. Y después de haberme convencido a mí misma, volví al salón.
Lizzy seguía en pantalla, esta vez se encontraba fuera de casa, a las orillas de un arroyo, y discutía con su madre.
-¡Dile que insistes en que se case!- le decía La Señora Bennet a su marido.
-Mamá, por favor- contestó su hija pidiendo racionalidad.
-¡Tendrás esta casa!- seguía gritando esta.
-No puedo casarme con él- Lizzy estaba casi suplicando.
-¡Y salvarás a tus hermanas del desahucio!- continuaba.
-No puedo.
-¡Vuelve y dile que has cambiado de idea!- su madre seguía sin razonar, sin ponerse en la situación de su hija.
Cuando escuchó un “no” por parte de Lizzy gritó aún con más fuerza.
-¡Piensa en tu familia!
-¡No puedes obligarme!- contestó su hija con el propósito de ponerle fin a la conversación.
Entonces, la Señora Bennet miró de nuevo a su marido.
-Vamos, Señor Bennet. ¡Di algo!
EL padre de Lizzy vaciló un momento, preguntándose qué podría hacer él para solucionar tal desbarajuste.
-Hija, tu madre insiste en que te cases con el Señor Collins...
-¡Sí! Y si no acepta, que se quite de mi vista- le interrumpió esta.
-A partir de hoy, serás una extraña para uno de tus padres...-continuó él.
La cara de Lizzy mostraba el gran tornado de emociones y sentimientos que la estaban invadiendo. Comenzaron a humedecerse sus ojos y su respiración a entrecortarse.
-Tu madre no querrá volver a verte si no te casas con el Señor Collins- paró durante un momento, pero al final se decidió por terminar la frase- y yo no querré volver a verte si lo haces.
El alivio que sintió Lizzy cuando oyó las últimas palabras de su padre fue enorme. Se acercó a él y lo abrazó, en señal de agradecimiento.
Era una bonita estampa la que hacían padre e hija demostrando sus afectos...
De repente, la expresión de Lizzy cambió. Pasó a ser de tremenda alegría al mayor de los sufrimientos. Conocía esa expresión, la había visto antes.
Laura.
Una Laura asustada y pequeña.
Lizzy volvió a ser Laura, que lloraba como si hubiera llegado el fin del mundo, aferrada a un hombre al que no reconocía pero que también había dejado de ser el Señor Bennet.
Este hombre se soltó bruscamente de ella. Y deshizo el afectuoso abrazo que poco antes se había apreciado.
-No- dijo él- deja de llorar -No es para llorar.
-Sí que lo es- susurró Laura con la intención de que el hombre no lo escuchara.
-Laura, me voy a ir- decía este lejos de tener cuidado de elegir las palabras y las formas que debía emplear- Y no voy a volver.
Laura estaba cada vez más calmada. Aunque lloraba, estaba esforzándose por parecer fuerte, por no parecer una niña blandengue y sentimental.
-Está bien- logró decir.
Lo miró de nuevo, se dio la vuelta y concluyó alejándose con un adiós que poco después se repetiría en su mente una y otra vez.
Fue entonces, cuando vi la cara inexpresiva del hombre observándola marchar, cuando me di cuenta de que lo había visto antes.
Su pelo, muy negro, ligeramente compuesto por algunas canas, no era demasiado corto. Su fuerte mentón era poco confundible y a pesar de que sus cejas eran gruesas y oscuras no ocultaban el precioso color de sus ojos.
Entonces lo supe. Lo había visto en una foto.
Era Roberto, el abuelo de Raúl.